jueves

¿ SERÁN ELLOS ?

 Observaciones en la mesa 121




   No estaba seguro de quiénes eran y menos de cómo eran, pero es cierto que cuando los pude observar con más detalle me pareció reconocerlos. Hay algo de lo familiar y de lo cercano que me resuena al escucharlos hablar y al observar sus miradas. El fiscal general le daba indicaciones a los suyos hablándoles al oído y anotando cosas en una planilla antes de empezar con la votación. 

Casi todos los fiscales de mesa del partido libertario tenían la edad de mi hijo incluso el que estaba sentado en mi mesa que se mostraba amable aunque no me había aceptado el mate que le cebaba. Era mucha gente que iba y que venía, sin embargo el andar de ellos despertaba la curiosidad de los presentes. 

Visten en general de color negro y si voy a ser prejuicioso de verdad voy a señalar directamente que en general visten camisas negras. Suelen ser prolijos y el más osado quizás tenga una estética rockera con demasiada prolijidad como para que alguien se lo pueda creer. Caminan distinto, hablan distinto, como de otro palo, como portando extranjería, pero al mismo tiempo tienen una pose como de chicos enojados porque que la maestra los sacó del aula por haberse portado mal. Caminan "como si les pesara algo", como si estuvieran cargandose a si mismos, como si lo importante de la vida fuera taparse las heridas a como dé lugar. Tienen algo en la mirada, algo como de perdedores, "losers" en sus distintas versiones; porque quizás son los que se han quedado afuera (o casi) del reparto de recursos, de las simbologías colectivas, de los vínculos sociales en los tiempos de la cancelación, de los lazos rotos, de la retirada del Estado y de la fragmentación.

   Perdedores hubo siempre pero a ellos les tocó una época que los cristaliza en el mismo lugar, que los define, los denomina: son los Rapi, los que trabajan en negro, los de las plataformas, los precarizados que se autoperciben libres, los empleados del super chino del conurbano. Pero también parecen ser los que arrastran las heridas sin cicatrizar del encierro en pandemia. Los que no tuvieron grupos para juntarse más que los grupos del Whatsapp, los que no tuvieron calle, ni escuela para poder tener ganas de no ir. Los que a la edad en que no se sabe qué hacer con las manos les prohibieron tocar a los otros para no enfermarse. Acorralados por los discursos hegemónicos de belleza pero solo dentro de la pieza y el celular(si es que tuvieron ambas cosas). Parecen que son ellos; los mismos que apagaban las cámaras web en las clases de Zoom de la escuela, los desconectados, los que estuvieron metidos dentro de si mismos cuando había que salir, los que pasaron las 24 hs con su familia a la edad en que hay que tratar de alejarse de ellos. Los que no tuvieron ni la posibilidad de ir a la peor escuela al menos para jugar al truco con los compañeros en las horas libres. Los que al volver en su mayoría sufrieron bullyng, los raros, los que les costaba adaptarse, los que quedaban sin grupo para hacer los trabajos prácticos , siempre candidatos a ser los menos elegidos.

Pibes y pibas que no encontraron los vínculos que los contuvieran de forma saludable,  ni puentes con los otros, ni tampoco instituciones para ir a pasar el rato: un club, una sociedad de fomento, un proyecto del Estado, un lugar de pertenencia o al menos una juntada donde animarse a decirle algo a una piba(e).


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Hay una serie muy interesante del año 2014 llamada The Leftover y cuenta que un 2% de la población mundial desapareció sin que nadie pudiera explicar por qué. Solo se esfumaron, se desintegraron, desaparecieron delante de sus seres queridos un día al que llamarón "el suceso". La serie lejos de tomar el camino típico de lo fantástico y convertir la historia en un clásico del terror o resolver el guion con algunos extraterrestres que se llevan gente a su planeta; intenta explicar cómo hicieron los que se quedaron para poder seguir viviendo con la ausencia y la falta de respuestas. Toda la serie está atravesada por la tensión entre los que decidieron no hablar del tema porque eso le provocaba dolor y los que trataron de ponerle palabras al asunto para curar las heridas.

 En relación a la pandemia y la cuarentena...¿Nosotros, como sociedad, pudimos ponerle palabras o decidimos no hacerlo porque es mejor olvidar? ¿Qué consecuencias trajeron esas decisiones?

  En estos días hay un documental girando por el país que se llama "El vaivén de las escuelas" (dirigido por Martín Ferrari y guionado junto a Carlos Skliar) que recopila testimonios de algunas escuelas del país sobre la cuarentena en pandemia y sus consecuencias. Sus creadores salieron de gira para presentarlo y generar espacios de diálogo entre los que asisten a la proyección. En cambio otra gran parte de la sociedad(esto incluye a la escuela) ha decidido que recordar las cosas tristes no está bien, "ya hemos sufrido demasiado como para andar hablando de eso".

¿Cuántas cosas NO pasaron para una enorme cantidad de adolescentes y preadolescentes que estaban en su etapa de cambio? ¿Se puede decir que ya NO pasarán nunca porque al volver a la presencialidad ya ERAN OTROS?

Hay un tiempo que no estuvo y no estará, se esfumó como en The Leftover. 

¿Cuántas conversaciones entre ellos hubiesen existido? ¿Cuántas miradas? ¿Cuántos gestos de un lado hacia otro se hubieran dado en ese tiempo? ¿Cuántos se hubieran enamorado? ¿Cuántas amistades se hubiesen concretado? ¿Cuántos intentos por salir de la vergüenza temblorosa que las personas tenemos para hablar en publico se hubiesen dado y no se dieron? ¿Cuántos saludos de cumpleaños hubiesen existido de esos en donde se apoya la mejilla de otros o al menos hay un apretón de manos? ¿Tenemos dimensión de lo que esas ausencias significaron?.

  Por supuesto que existieron otros momentos y otros gestos que intentaron reparar pero "aquellos gestos de acercamientos únicos e irrepetibles" no existieron y no existirán.

   No estoy seguro de que hayamos podido hablar lo suficiente del tema. No estoy seguro si se hicieron las suficientes canciones para transformar la angustia en otra cosa, las suficientes poesías, los suficientes murales. No se si pudimos a través del arte elaborar lo que nos ocurrió y lo que no.

Cuando se pudo entrar a las aulas muchos no volvieron y recuperarlos fue el gran desafío para el Estado. Algunos se arreglaron como pudieron y otros se quedaron como flotando sin poder sentir al mundo como propio, sin poder canalizar la melancolía por algún lugar distinto al brazo lastimado con una maquinita de afeitar o a la adicción a los jueguitos del celular. La gran mayoría terminó incorporando las lógicas virtuales, los mecanismos de captación de la era digital que naturalizan la eliminación y la cancelación como parte de la vida cotidiana. Con serias dificultades para detener los niveles de enojo y frustración exacerbando la rabia y la indignación. Convertidos en hordas moralistas incapaces de perdonar pero si de castigar y vengarse. En paralelo comienza un proceso de degradación de la palabra como conversación con los otros y es reemplazada por "otras conversaciones digitales" de mucha precariedad como el chateo en distintas plataformas donde el anonimato y la impunidad es parte de la lógica. Habidos de castigar para dar una lección a los otros, para eliminar y segregar; de la escuela, del barrio, del trabajo, del grupo de Whatsapp como una dinámica subterranea que empezó hace rato y no la vimos venir.


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   ¿Serán ellos?....Seguía haciendome preguntas sentado en la mesa 121, como presidente, en rol ciudadano tan antiguo y valioso como la democracia misma. 

   Faltaban tres minutos para empezar, había buen clima de trabajo, el pibe libertario  me pidió un mate y a mi me pareció que era un buen comienzo. Quizás nada era como lo intuía, incluso me había dado ganas de contarle que alguna vez pensé que los que jugaban mucho al Fortnite podían convertirse en asesinos, disparando a lo que se moviera, eliminando adversarios, cosificando a todo ser vivo, matando sin parar. Pero después me pareció que no era un buen tema de conversación, porque nada de eso sucedió. No se hicieron asesinos. Se hicieron creyentes del capitalismo, especialistas en el mercado bursátil, apostadores del bingo virtual, con conocimientos probados sobre criptomonedas, aprendiendo a invertir en la bolsa con videos de tic toc, los pocos pesos que les quedaban de lo que les pasaba papá y mamá.

   Son pibes enojados con los adultos, habladores de un idioma propio en la era digital. Dicen random, astetic y cultivan un sarcasmo que los aleja un poco más. Devenidos en votantes primerizos, hackeadores del sistema político encerrados en sus piezas usando Windows 10. Sienten que todo esto es una manera de vengarse de los padres, de los que no los entendieron, de los que los cancelaron,  de los que les hicieron bullyng, de los que les dijeron ¡Che vos rara de mierda! ¡Vos pajero salí de acá!

  Donde hay un resentimiento suele haber sed de venganza casi siempre. Ellos parecería que están parados ahí. Necesitan vengarse, hacer que todo vuele por los aires aunque sea por un rato, con un tiempo necesario para que alguien los mire y puedan sentir que son "algo" para los otros, que dejan de ser perdedores un momento. Necesitan sentir que los escuchamos o al menos que les tenemos miedo.

¡Para que aprendan  respetar carajo!...Para que les pidamos perdón. Para que puedan vernos arrodillados y humillados como ellos se sintieron alguna vez.

Porque quizás hay una enorme necesidad de sentir que alguien los elige(aunque sea a través de un loco), que tienen el poder de la revancha, que son los dueños del botón que hará explotar todo por los aires.

¿Te acordas cuando te reías de mi? ¡Vos y tus amiguitos! ¿Te acordas o no te acordas?

¡Bueno mirá! ahora el boludo toca este botoncito...¡y volamos todos!...


¿Serán ellos? ¿O no?


 Quizás no pudieron dimensionar lo hecho porque no han aprendido a contextualizar en tic toc ya que es lo mismo un video de Milei que uno sobre un chino rompiendo piedras para ver si adentro tiene diamantes. 

Tal vez hasta ellos están sorprendidos...y ahora ¿Qué van a hacer si no encuentran el icono de DESHACER? ¿Qué van a hacer si nunca se metieron al panel de control para buscar RESTAURAR EL SISTEMA?

¿Incendiarán la casa solo para llamar la atención?. ¿Podremos hacer un puente hacia ellos y conversar un poco? ¿podremos escucharlos y hacernos cargo de la parte que nos toca en esta historia? ¿O los dejaremos solos esperando que se cansen y digan "Bueno no juego más".....




R.H.





N

CANAL DE YOUTUBE " TRINCHERA DE PALABRAS "

 







Son tiempos extraños estos, difíciles de comprender, de digerir. El Neoliberalismo nos hizo creer que para sobrevivir había que dejar de ser nosotros mismos y parecernos un poco a ellos. Fuimos tan obedientes que un día no pudimos reconocernos frente al espejo...


INVITAMOS 

A todos los que crean que tienen algo para decir sobre la realidad de estos días  y quieran expresarlo a través de la literatura, la música o alguna expresión artística puedan hacerlo enviando un video con su propia voz interpretando y explicando porque han elegido expresarlo de esa manera. 


El espacio es un canal de Youtube en donde se subirán los videos.  Pueden enviar el videos al numero por donde han recibido este link o enviar un mail a hacialocolectivo@gmail.com


HACE CLIK EN LA IMAGEN PARA ACCEDER AL 

CANAL " TRINCHERA DE PALABRAS



martes

LECTURAS DE VERANO

 Sobre relatar el mundo con Alberto, los amigos, la ley como fantasma escolar y los discursos que afloran esperando el meteorito.


                                                                                                                                                                                                                                 Imagen: Cosmopolitan.com


Podría decir que ver cine en estos parajes del Tercer Mundo es ver de algún modo a través de los ojos por donde ve el imperio; pero tal vez incurra en el error de describir las cosas en términos demasiados simplistas, algo reduccionista y un poco anticuado. Sin embargo, invocar a estas categorías en la época del relativismo y la negación, es casi un acto de rebeldía, aunque más no sea para armar una discusión con algún cuñado en la mesa familiar. Lo cierto es que la película “No miren para arriba” no ha impactado ni por su éxito de taquilla, ni por sus galardones ya que hablamos de un guion regular, apenas aceptable, que tampoco se destaca por los efectos especiales que nos tienen acostumbrados estos proyectos sobre todo cuando se trata del fin del mundo. Sin embargo, algo ha tocado en la fibra de algunos sectores y no son pocos los periodistas o profesionales de distintas disciplinas que han tenido la necesidad de decir algo al respecto.

El argumento dice que la vida en la tierra se extinguirá por la caída de un meteorito y uno tiene la sensación que se podría hablar en los mismos términos del Covi-19 o de la contaminación ambiental y la historia funcionaria igual. Hay un grupo de científicos que descubre lo que va a suceder y una sociedad que mira para otro lado; que niega, que subestima, que básicamente está en la pavada consumista de estos tiempos. Final predecible, todos nos identificamos un poco con todos, no se profundiza en causas, razones, hay sarcasmo, se ironiza como escape a la angustia, todos conformes. Fue la generación testigo del fin del mundo, no había mucho para hacer.

Es difícil ver dónde está la fisura, la hilacha suelta de estos relatos que los hacemos propios cuando se refieren a lo autodestructivo de la especie humana. Si de eso se trata habría que comenzar entonces por describir al capitalismo como creación humana devorando recursos naturales sin límites más que las ansias de reproducir el capital y ensanchar los márgenes de ganancias.  No es una declamación de la humanidad perdida en camino a la extinción lo que intento decir, no al menos en términos morales. Ni tampoco una demonización simplista del capitalismo como monstruo culpable de todos los males sino más bien una descripción de lo humano conteniendo pulsiones de vida y de muerte al mismo tiempo. El Capitalismo mejorando la esperanza de vida a escala mundial desde su conformación y al mismo tiempo como maquinaria que produce muerte, exclusión y desigualdad: todo en un mismo combo.

Sin embargo, esta mirada sobre la naturaleza humana que suelen traer estas películas quizás esconda el tema de la dominación del hombre por el hombre, de algunas clases sociales sobre otras, de países centrales sobre los dependientes, del poder financiero sobre las naciones, etc, etc. Este velo discursivo plantea que el mundo es injusto porque SI y todos somos responsables; sabiendo que en este plano el TODOS es en general es NADIE.

¿Quiénes son los responsables que el mundo esté de esta manera?

Responderemos entonces con mucha convicción: la raza humana, la humanidad; generalidades sin nombres y apellidos.

En este sentido las responsabilidades en sus distintos grados se diluyen y como es algo natural no hay nada que hacer. ¡Somos así! ¡Que se le va a hacer!. Quizás estemos transitando un tiempo histórico en donde se nos invita a ser meros relatores de lo que pasa, de lo inevitable. Observadores de lo que no se puede modificar, describiendo los que otros (los malos) han hecho sin referencias históricas, sociales que puedan señalar a los artífices reales; son los malos, los corruptos, los políticos, los poderosos, la casta. Este mecanismo también nos salva a nosotros mismo dentro de la masa ¡total fuimos todos!.

Estas responsabilidades aparecen tan diluidas que nos enfrentan en muchos casos a la paradoja de un mundo donde el capital financiero está cada vez más diversificado, podríamos decir, sin mucho margen de error que los mismo que nos llevan a la miseria y a la destrucción del planeta después nos hacen una película sobre lo injusto que es el mundo que la pasarán en alguna plataforma en la que estamos suscriptos.

Quizás algunas de las trampas que esconden estos tipos de mensajes son las resistencias que existen a que las cosas sean como son, esconden a los que eligen otros caminos, otras formas de vivir tomando conciencia del tiempo histórico, reaccionando, actuando, haciendo, militando, participando, tratando de construir una sociedad que no sea tomada por los individualismos, por el consumo, por el endiosamiento de los objetos y la denigración de los sujetos, tratando de no vivir alienados. No tengo muchos pergaminos que me acrediten como un luchador, pero me animo a estar en la lista de los que no nos resignaremos a ser solo espectadores que miran para otro lado o para arriba cuando el meteorito ya está cayendo. Son muchos los que vienen advirtiendo que el Capitalismo mata y que el cuidado del medio ambiente es un tema que debe estar en agenda del progresismo. Hay muchas organizaciones que levantan la voz por la contaminación ambiental, proponen formas de producción alternativas con una relación distinta con la naturaleza. Tal vez por eso hace ruido la película “No miren para arriba”, porque a pesar de su sarcasmo, su reclamo no termina de transgredir la mirada de los poderosos y nos hace creer que todos somos de la misma calaña sin más remedio que relatar de la mejor manera el final.



La ley como fantasma escolar



                                                                                                                                                                                                                                     Imagen: Sopitas.com                                                                                                                                                                                                                  


Cuentan algunos compañeros que tienen varios años en el sistema educativo: en los años 90, si mal no recuerdo, hubo un viaje de egresados de alumnos de escuela pública de la Provincia de Buenos Aires en donde se produjo un accidente en el micro en que viajaban. Tuvo como consecuencia muchos muertos y heridos, algo terrible según relatan. Al momento de hacer los peritajes del accidente se descubren muchas irregularidades en los controles no solo del vehículo sino del propio registro de chicos autorizados para hacer el viaje. No se detalles al respecto, pero lo cierto es que a partir de ese momento la Pcia de Buenos Aires decide bajar en su normativa ajustes en lo que tiene que ver con las responsabilidades de los docentes; sanciones en el caso de no cumplirlas en el marco de protocolos nuevos tendientes a que la situación mencionada no se produjera nunca más.

Sería así como cobró suma importancia la idea de la responsabilidad civil y tal vez sea un momento bisagra en las dinámicas escolares. La contracara de una medida que fue pensada para cuidar vidas, junto a otros factores más complejos seguramente; dieron inicio a la colonización del discurso escolar y sus paradigmas por parte de una mirada judicial del trabajo docente. Desde entonces según entiendo “las pruebas” de lo que hacemos reflejadas en actas e informes y miles de planillas de control pasaron a ser los elementos más importantes, incluso por encima del trabajo y las situaciones concretas que se viven. Es decir, no solo es importante lo que se hace sino lo que se escribe sobre lo que se hace, y si ajustamos las miradas a veces es más importante que se escribe de lo que se hace que las mismas intervenciones. La normativa paso a ser central como cuidado del otro, como control, como autoridad, como habilitación o como límite en un sistema que se debe todavía, a mi entender, mecanismos para su propia evaluación. Esto trajo un proceso en el colectivo docente en general y en cada escuela en particular en donde se cita la normativa como un mantra marcando una línea que separa, como toda ley la posibilidad de estar adentro o afuera de ella. Entonces la normativa se abre en tres dimensiones quizás:

1)    La normativa concreta que se ha escrito y bajado para su cumplimiento,

2)    La interpretación que se hace de la misma

3)    La normativa como idea fantasmática y persecutoria

¿Cuál es ese límite que separa lo que está fuera de la norma y lo que no?

¿Qué efectos produce en un sistema que en general le cuesta hablar de sí mismo?

¿Qué cosas dejamos de hacer por el temor a ser sancionados?

¿Qué pasa con las cosas que no dice la normativa?

Sea como sea ese fantasma recorre las escuelas desde hace tiempo como una idea paranoica que dice que vienen por nosotros, que hay que cuidarse, cubrirse, protegerse porque hay un alguien que vendrá por nuestros errores, por nuestras fallas, por nuestros olvidos, por nuestros incumplimientos. Que todos tenemos errores es un aliciente que no aplica en esto porque no alcanza ni para empezar. Porque por más esfuerzo que hagamos y por más tranquilo que estemos con nuestro accionar siempre habrá un rincón de debilidad, de miseria imperdonable, que puede ser descubierta por el portador de la norma, de la ley, como un comisario, como un fiscal, un especialista que ha leído palabra por palabra lo que dice la ley y siempre recuerda más que nosotros, que separa con una línea lo aceptado y lo que no. Lo que nos distinguirá o condenará a ser mirados como buenos defensores de los derechos de los niños o irresponsables absolutos, no hay grises en ese terreno. Es un límite delgado que nos convertirá en habitantes ilegales de una moral reglamentaria, despojados del respeto de los pares, farsantes que han quedado desnudos porque estábamos disfrazados de buenas personas cuando solo éramos impostores del profesionalismo. Distraídos encontrados con las manos en la masa, expuesto en su humanidad. Porque el error humano no tiene lugar en esta lógica, es una mancha, la hoja de un legajo que todos quieren arrancar. La sensación de que los aciertos no importan y solo vendrán por nuestros errores.

Si cada uno hace su trabajo todo funciona bien”, “hay que hacerlo porque estamos obligados”, “Así nos cuidamos todos”, “Tenemos que cubrirnos para cuando vengan a pedirnos explicaciones” “Cuidarnos las espaldas” porque seguro que alguien nos mandará al frente, alguien nos cagará.

Ese lugar en donde todas las carteleras perfectas que hicimos para que lo vean las inspectoras no alcanzaron, atrapados en lógicas de las que si no huimos pronto tendremos que pedir licencia psiquiátrica.

Sabemos que no es para tanto y sin embargo no podemos dejar de comportarnos como quienes están a punto de ser desterrado, de ser descubiertos en su falta. Con la enorme dificultad de poder confiar en alguien porque el de al lado le pasa lo mismo (y peor); cree que se está ahogando y pega manotazos en nuestra cara con tal de sobrevivir. Y Ahí estamos, a veces, perdiendo el eje, olvidándonos un poco todos los días que estamos para ayudar y no solo para cuidarnos.



El amigo



                                                                                                                                                                               Imagen: Susana Giacoboni . Artelista.com


Hace algunos años tenía un compañero de trabajo que era amigo de todos. Era amable, simpático, buen compañero y divertido. Todas las tardes, a la salida del mercado donde trabajábamos, se lo podía ver tomando una cerveza con un compañero distinto en un bar de mala muerte, pero pintoresco, que se llamaba Pinocho. El lugar atraía al mediodía a los que querían comer barato y a la tarde a los borrachines de San isidro que por la crisis ya no podían pagar un trago en La Bicicleta que era el bar con más status de la zona. Jorge, así se llamaba mi compañero lograba convencer a los verduleros, los carniceros, al personal de limpieza, a los administrativos y a más de un encargado de sección también para compartir algunos tragos. Eran largas charlas que la coronaria con el festejo de cumpleaños en el mes de diciembre cuando asistía casi toda la empresa. Podría decirse que hasta ahí era comprensible su espíritu fraternal, admirable para muchos. Lo que no me terminaba de cerrar era que también lograba que fueran los alcahuetes de los jefes: buchones, gente despreciable que no tenía ningún problema en perjudicar a un compañero con tal de ascender. Yo era un poco más prejuicioso que ahora y el asunto me molestaba bastante, no lo voy a negar. Tenía una mirada más cerrada de la amistad y no podía concebir que tratara de la misma manera a los unos y a los otros, me preguntaba todo el tiempo si le daba lo mismo. Alguna vez se lo insinué en una ronda de amigos pasados de cervezas y me contesto que él no era de pelearse con nadie y que en el fondo todas éramos buenas personas.

En una ocasión los delegados de las distintas secciones llamarón a un paro por las malas condiciones en que se trabajaba, sobre todo el personal del depósito que lo hacía con máquinas viejas lo que había provocado un accidente con un compañero. Hacíamos paros dos horas por turno y la cosa se ponía tensa. Los delegados eran perseguidos y controlados para engancharlos en alguna transgresión, echarlos con causa y no pagarles lo que correspondía. Los alcahuetes de siempre anotaban en un cuaderno cualquier infracción a las reglas de la empresa: llegadas tardes, salidas de la sección sin permiso, o alguien comiendo la mercadería que estaban para la venta. Cuando ellos se acercaban todos dejaban de hablar y casi nadie les dirigía la palabra. Digo casi porque siempre había que alguno les daba igual y por razones que yo no lograba comprender, entre ellos Jorge que conversaba como si nada sucediera. El conflicto termino con todos los delegados despedidos, menos Manuel, el verdulero, que era un buchón infiltrado en el sindicato. A la mañana siguiente en que nos fuimos enterando de todos los compañeros despedidos lo vi a Jorge conversar con Ariel que era el informante de los gerentes y que según se supo después había ayudado a confeccionar la lista de despedidos con causas inventadas.

¿Por qué le hablas a ese hijo de puta? ¿Vos estas con nosotros o con la empresa?

¡Repondé pelotudo! le dije enfrente de la góndola de fiambres.

¿Por qué le das conversación y te reis con ellos?

¿No podes quedarte callado aunque sea?

Jorge me miró a los ojos, con cierta indignación.

¡No, no puedo dijo!... y se fue caminando por un pasillo de los artículos de limpieza a seguir haciendo su trabajo. Después de ese día nuestra relación no volvió a ser nunca la misma. El siguió haciendo reuniones, fiestas a las que dejé de ir. No lo increpé más ni le pedí más explicaciones sobre sus actitudes, pero entendí que la idea de amistad que tenía necesitaba de gestos que el no estaba dispuesto a tener.

 

Cada vez que escucho a Alberto pienso en Jorge. Ya sé que no es lo mismo ni por casualidad; pero es lo que me pasa. Al principio lo escuchaba y después me fui aburriendo de a poco, aunque diga cosas que estoy de acuerdo. Quiero aclarar que si de algo estoy seguro es que lo volvería a votar si fuera necesario en este contexto. Pero verlo tratar como amigos a Gerardo Morales, a Larreta, a muchos periodistas que lo defenestran y a muchos empresarios que ayudaron a fundir el país no lo puedo soportar. Yo no digo que los insulte o falte el respeto pero que se ría y los trate casi con afecto no lo puedo soportar.

Será tal vez inmadurez e incomprensión de mi parte que no entiendo la responsabilidad de su cargo, la necesidad de dialogar, la correlación de fuerzas, que la cosa pasa por otro lado ahora. Puede ser. Quizás son mis resabios de sectarismo, mala lectura del tiempo histórico. No sé.

Tal vez es un tema tan menor y este planteo roce lo ridículo y quede como en esos sketch del Chavo hablando solo algo que debía callar. O quizás lo pequeño devele lo importante, lo que cuesta ver, lo que no queremos ver (a veces yo tampoco quiero ver).

Tengo la limitación de no poder cruzármelo en ninguna góndola de supermercado y preguntarle como a Jorge ¿Por qué te reis con ellos de la misma manera que con nosotros?

Tal vez no le da para tocarle la rodilla primero a nadie, pero por lo menos que al hablar, al pararse, la mirar, al reírse que se note un poco más que es de los nuestros.



El relator y la ley 


                                                                                                                                                                              IMAGEN: RADIO RAFAELA DIGITAL

No es una seguidilla de textos anti Alberto los que están leyendo, aunque el personaje se presta bastante, me parece. Quizás su rol, su centralidad, el grado de exposición y la manera en que asume todo eso lo ponga también como el reflejo de un tiempo. Sin ir más lejos en una entrevista realizada por Nora Veiras en su inauguración de su nuevo programa por Am750 se refería a la realidad del país, a la situación de la corte suprema y de Milagro Sala de una manera de la cual me interesa rescatar su tono más que su contenido. Describió su indignación y las acciones del gobierno para modificar esa realidad en el marco de lo que él entiende son las normas de la democracia. Se lo escuchó entonces como un espectador y relator más de un mundo que sucede ante sus narices. Dijo lo que pasa sin asumir la posibilidad de hacer algo que transgreda la interpretación de hegemónica de las normas, esas normas que han caducado como herramientas para mejorar la vida. Enredado en la falsa dicotomía de ser democrático o no. Sin profundizar demasiado en la posibilidad concreta de ver si esos esos acuerdos siguen impartiendo justicia ya no sirven habrá que crear otros, reinterpretarlos, buscarles la vuelta, fortalecerlos, hacer que no sea letra muerta. Quizás esa sea la paradoja de estos tiempos. Resignarnos a que no se puede hacer nada que la ley no diga, o mejor dicho que la interpretación hegemónica de lo que es la ley dice en la idea de Republica actual.

La ley tiene tantos resquicios como abogados y jueces hay para reinterpretarla, pero hay que tener voluntad de querer ir en contra de las nuevas leyes que dominan el sentido común, el de los discursos mediáticos, los de la política actual, la de las redes que ejecutan a cualquiera en segundos con sus ejércitos de creadores de subjetividades que se lanzan como cohetes de autodefensa cada vez que el poder real ve atacada sus lógicas. Quizás es un momento de transición en donde los acuerdos que hemos creado son para una época en la cual la democracia y sus mecanismos servían para dar justicia, una época en la cual haya que reforzar, hacer posibles, dar recursos al Estado para que eso suceda. No podemos aceptar la invitación permanente a seguir lamentándonos por lo que no se puede hacer, o lo que es peor describiendo solo que se hizo lo posible dentro de lo que la ley permite. Porque las normas no pueden ser solo un permiso para hacer porque eso implica limitar la creatividad política, colectiva e individual además de limitar la búsqueda de alternativas.

La sociedad en su conjunto ve como las distintas herramientas, instituciones, legislación se encuentra con un límite concreto en donde hay algo que no termina de hacerse o de ocurrir. Desde una queja ante cualquier secretaria de   defensa al consumidor en donde se puede hacer poco frente al poder de empresas monopólicas, que a veces eligen pagar las monedas de una multa en vez de solucionar los problemas. Hasta las mujeres que sufren de violencia y tiene que ir a denunciar a una comisaría en donde son tan violentos como su pareja, por no nombrar los dictámenes que llegan tarde o no se controla su cumplimiento y la consecuencia es un femicidio más. Por nombrar dos cuestiones más visibles que no tienen que ver con el armado de causas y la diferencia del cumplimiento de la ley según clases sociales.

Hay algo en la constitución de la ley que no funciona, por su incumplimiento y también por su devoción. Su incumplimiento en parte por el mal funcionamiento los mecanismos que la hacen posible dejándola solo en declamación y su devoción por pensar que la ley puede contemplar todo lo solucionable en una sociedad.

Por momentos la ley como acuerdo queda relegado a su faceta de imposición donde sin importar si está legitimado por la realidad. Es solo valida porque es ley (no importa sirve o no) y es cuestionable porque se quedó sin legitimidad; la realidad. Porque esa realidad ya no está ligada a los argumentos sino a las creencias; podemos creer o no esa realidad como un libertario y degradar las normas solo porque no nos gustan. Para un lado y otro, para su cumplimiento irrestricto y para su evasión, en ambos extremos hay un vacío.

Dentro de la ley todo fuera de la ley nada dice un refrán en el cual todos nos protegemos para no quedar del lado de los delincuentes, de los pecadores. ¿Pero a que ley nos referimos? ¿A la que no da justicia? ¿Reinterpretarla en salirse de la ley? ¿Para que se hacen las leyes si o es para hacer justicia?

Creo que el desafío de estos días en parte es no ser solo los espectadores de una forma de mirar las cosas, ya que puede haber otras formas y eso no nos hace delincuentes, sino buscadores de otros consensos. Las leyes se pueden modificar, reinterpretar, abolir como se han hecho a lo largo de la historia para lograr vivir mejor, pero hay que animarse a decirle basta a los poderosos cuando su idea de ley produce injusticias, animarse a implementar acciones en ese sentido. Hay que proteger la ley cuando ayude a vivir en una sociedad justa y modificarla cuando no lo haga. Ese es un nudo a desatar de estos tiempos y lo digo en voz alta para escucharme a mí mismo que soy docente y desempeño mi trabajo en un sistema tomado por el discurso judicial.

Dejar de pensar a la ley solo como un límite sino como una posibilidad. Ya bastante con lo que dice como para que imaginar lo que “parece” que dice, porque si no estamos hablando de otra cosa. De alguien que nos reta, que nos llama la atención, que nos dice como deberíamos ser. Un analista amigo una vez me dijo que para él uno de los problemas de la sociedad de estos tiempos era que se confundía la ley con el superyó, tal vez se trata de eso.

 

 Ricardo Hernández

 

 

viernes

CONSTRUIR EN LA FRAGILIDAD. (Un saludo)

                                                                                                                                                                   Imagen: Manuel Luna. España
 


Un saludo a los compañeros, a los que se fueron convirtiendo en amigos a fuerza de tiempo y de intentos de hacer cosas en esta tarea docente, con características tan particulares como las nuestras. A veces con algunas coincidencias profesionales, ideológicas, humanas, como las maneras de mirar el mundo y la vida. Un saludo para ustedes en este año tan raro, tan fragmentado que cuesta saber cuándo empezó y tan confuso que no deja distinguir si es un final o un comienzo. Tan incierto, tan desencajado que no entra en ninguno de los moldes que teníamos; tan despojado de las seguridades que teníamos guardadas en caso de emergencia.

Con nuestro oficio de intentar proteger los derechos de un puñado de pibes de un pequeño lugar del Tercer Mundo, en tiempos en que las vulnerabilidades propias están a flor de piel. Hay quienes dicen que los amigos no se hacen enumerando virtudes sino cuando somos capaces de mostrar nuestras propias fragilidades. Porque es en ese momento cuando podemos ver la humanidad del otro, confiar, sumar a un proyecto, armar un equipo, conversar.

A los equipos en los que estoy, a los equipos en los que estuve, a los compañeros que tengo, a los amigos de estos caminos andados en este año y en los que pasaron ¡FELIZ AÑO NUEVO!!!

... y nos vemos dentro de un rato, a la vuelta de la esquina.


Ricardo Hernández


jueves

LA ESCUELA EN RETAZOS

 




Tal vez una de las dificultades que atraviesa la escuela, en este momento, es darle un sentido, un contenido o una dirección a su regreso a la presencialidad. Por supuesto hay que tener en cuenta las obvias condiciones sanitarias y todo lo que la pandemia trajo como consecuencia. Pero sin desmedro de esa situación objetiva y despejando el camino de premisas básicas como “los niños asisten a la escuela para aprender”, “deben recuperar el tiempo perdido” y “no hay tiempo que perder”; hay días en que podríamos casi asegurar que no hay mucha idea de para qué hemos regresado. La anomalía que significó la pandemia para las dinámicas sociales en general y para la escuela en particular sacudió nuestros cimientos y las pocas certezas que teníamos; dejándonos en un estado de constate adaptación y muchas veces pedaleando en el aire, aunque sin rendirnos. Lo cierto es que andamos vivenciando la rareza de los tiempos a puro protocolo flexibilizado por una realidad que lo hace de goma, lo estira y lo fisura un poco; después  se emparcha y se vuelve a utilizar. Andamos transportando la culpa institucional de aquellos que no pudieron dar lo que acostumbraban a sus alumnos. Esos que nos miran sin reconocernos del todo y sin saber si es solo por el barbijo o porque algo de nosotros todavía no volvió. ¿Cuál es el rol de la escuela en este contexto? ¿Es importante aprender matemáticas y las reglas de la física en este momento? ¿O debemos aprender quizás los límites que ha encontrado la física y las matemáticas para resolver los problemas humanos en esta etapa histórica? (por supuesto como otras disciplinas más). La escuela va regresando por pedazos de lo que fue, de a poco y sin garantías de que sea eso lo que se necesita. Se parte de conclusiones básicas sobre la necesidad de la escuela en términos de espacio de socialización, de encuentro, de desarrollo de las identidades singulares y comunitarias, pero todo parecería indicar que repetir los formatos de la escuela tradicional no es lo más interesante que esta sucediendo. Es más, parecería que nuestros modelos de enseñanza pre-pandémicos ocupan un lugar secundario frente a la necesidad de vinculación y socialización. Es decir que aquellos detalles menores, consecuencia indirecta de los modos en que se enseñaba, hoy resultan casi imprescindibles.

¡Yo extrañaba los recreos de la escuela! Dice Julieta sin disimular sus prioridades.

Parecería que la misma escuela no esta dispuesta o muy poco dispuesta a reconocer que se podría prescindir de gran parte de los contenidos curriculares y la escuela de todas maneras sería un espacio saludable que aportaría muchas de lo que necesitan los niños en esta coyuntura. Lo pedagógico, entendido como los contenidos curriculares previstos por los distintos niveles parecería no ser lo importante y nadie esta dispuesto a aceptarlo. En cambio cuando lo pedagógico se aborda en contexto construyendo herramientas pensadas para los tiempos que se están viviendo la cosa cambia y los relatos se vuelven más interesantes. Por ahora solo algunos sectores dentro del mismo sistema educativo están posicionados desde este lugar, poniendo en tensión el curriculum oficial y acompañan los posicionamientos que ya tienen su historia en la educación informal o en proyectos de educación alternativa.

¿Cómo salir de la idea de que hay que recuperar el tiempo perdido? ¿Cómo dejar de hacer eje en los contenidos que no se pudieron dar? ¿Cómo dar lugar a otras miradas más integrales de lo que hay que enseñar para que esto a su vez tenga como consecuencias otras formas de intervenir?

¿Quién dice que la pandemia ha terminado solo porque nadie quiere nombrarla? ¿Estamos respetando los protocolos porque entendemos que así nos cuidamos todos o a medida que pasan los días solo lo hacemos porque debemos respetar las normativas?

Volvimos por partes, por pedazos. Como retazos de los que fuimos sin poder entender todavía lo que está sucediendo realmente, shockeados sin poder reaccionar, atravesando lo inédito. Volver y no poder ser. Habitando un espacio a medias, mostrando los vestigios de lo que supimos ser sin saber si sirve o no, auto engañados haciendo rápido la tarea para que la señorita no se enoje. ¿Para que sirve la escuela? me preguntó un adolescente con su tono escéptico. Estoy tentado de decirle que sirve para estar juntos, para vincularnos y socializar; pero tengo miedo que me pregunte y ¿entonces porque están todos desesperados para que haga solo tareas?

Somos como esperanzados en que suceda lo que no va a suceder, en que vuelva una normalidad que por ahora no parece que regresará. Porque nada es igual y nuestros cuerpos actúan como si lo fuera. Nadie nombra lo innombrable. Andamos como fantasmas recorriendo los pasillos ¿será o no será el profe que conozco? Con el barbijo todos parecemos otros. Escondidos, autolimitados, ocultos y autosilenciados a medias, porque algo se escucha a través del barbijo aunque no se termine de entender. Supongo lo que se dice quizás porque siempre decimos lo mismo. Funcionamos por una inercia que nos empuja y no podemos ver. Hay carteles del Covid pero nadie lo nombra, nadie dice ya la palabra pandemia. Una maestra afirma con contundencia: “Con todo lo que sufrimos en casa y ¿vamos a seguir hablando de eso?”

 

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Ni volvimos mejores, ni más consientes. No volvimos todavía, por lo menos no íntegramente. No me reconozco en mis temores latentes, estoy esperando que alguien diga que terminó todo para comenzar a ser algo de lo que fui, transpiro el tapabocas y de a poco se convierte en una tela pegajosa que me molesta. Me convertí en especialista en interpretar las miradas de mis compañeros, me acostumbré a olor a sanitizante que antes no conocía ni nombraba. No recuerdo a quien saludaba con un beso y a quien no. Ya nadie se besa, al compañero que toma la temperatura y me pone alcohol en las manos solo le digo “hola” porque tiene las manos ocupadas. ¿Cómo eran las bocas de mis compañeros?¿Cómo eran sus risas?¿Como responde el cuerpo cuando hay una parte anulada?. Siempre se dice que los ciegos desarrollan los otros sentidos con mayor firmeza. ¿Qué sentido habremos desarrollado con nuestra boca tapada? Una boca intervenida, anulada de gestos, de su sonido completo.

Prendo la tele esperando que me diga que todo terminó y el cartel de URGENTE dice otra cosa. Los casos bajan, nos relajamos sin darnos cuenta y los protocolos se convierten en exageraciones de un estado-padre que hay que decirle que si solo para que no moleste más

¡Dejalos! dice una maestra mientras los chicos vuelven a jugar a la mancha. “El contagio es solo por aerosol” dijo alguien y el alcohol en gel queda espeso y sin sentido como la verdad. Intentamos ser precavidos todo el tiempo pero por momentos nuestra humanidad nos desborda y alguien relaja, en general sin mala intención. Una maestra cierra la puerta porque tiene frio, el medidor de dióxido de carbono dispara las alarmas y en esos segundos me parece otra vez que no entendimos nada. Sensaciones, pareceres de una mañana agitada en que se busca controlar lo incontrolable.

 

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Vuelvo a caminar los pasillos antes de la salida. Los pibes están más grandes y a más de uno no lo reconozco. Voy recordando de a poco las últimas conversaciones que tuve con ellos. Se me confunden los nombres y disimulo para que no piensen que soy un colgado. Una pequeña que se llama Sol se me acerca despacio. Hace mucho que no nos veíamos. Es mi preferida y ella lo sabe. No se porque pero todos tenemos algún alumno/a preferido aunque la corrección diga que no hay que hacer diferencias. Tiene la edad de mi hija y tal vez sea por eso. Todos se van a su fila y ella está parada sin saber como saludarme.

¡Cuando estén mejores las cosas nos vamos a poder saludar con un abrazo! le digo y extiendo mi puño cerrado


Ella hace lo mismo y asiente con la cabeza sin decir nada. Le noto los ojos tristes y no creo que sea solo por el saludo. Algunos chicos tienen los ojos tristes y me parecen que cargan historias. Quizás historias de estos tiempos que necesitan palabras. Quizás esa sea una de nuestras tareas en un tiempo raro que necesita nombrarse, decirse. Habrá que buscar palabras.

 


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Es un grupo pequeño, como todas las burbujas habilitadas para dar clases. Hacemos un círculo con las sillas quizás como retomando una vieja conversación interrumpida por los avatares de la vida pandémica. Todos tienen puesto su barbijo tan naturalizado como un par de zapatillas. Comienzo la charla tratando de definir con ellos la palabra “extraño”. Escribo rápido lo que se les viene a la cabeza y de repente hacemos un giro y empezamos a conversar sobre las cosas que “extrañamos”. Uno dice que extrañó a un primo al que no podía visitar, otro que extrañó a su abuela. “Yo también extraño a mi abuelo, que no murió de Covid pero nadie pudo ir al entierro y mi mamá está muy triste por eso” dice Tamara irrumpiendo con crudeza y sencillez. De a poco cada uno cuenta como extrañó a sus afectos en tiempos de cuarentena. “Yo no creía al principio que fuera verdad lo de la pandemia” dijo Lucas después de contar como la policía lo corría a la noche cuando salía con otros chicos a las calles del barrio. “Una vez a mí me corrieron y me metí debajo de un auto para que no me viera. Si te agarraban te llevaban a tu casa”

 

En el medio del círculo coloqué una caja escrita con fibrón azul que decía LA CAJA EXTRAÑA.

¿Qué es esa caja profe?

Tiene cosas extrañas que quizás nos pasaron a todos, les digo y los invito a sacar los cartelitos.

Facundo se levanta disparado de la silla, saca el primer papelito y lo lee.

No me gustan los Zoom, no me gusta tener la cámara encendida.

“Yo tenía a mi hermana bailando atrás mío cuando la seño hablaba y la veían todos,”

Mi mama me obligaba a peinarme y ponerme otra ropa para el zoom,

Yo tenía a toda mi familia mirando mi clase.

En una clase de zoom de mi hermano yo vi como una madre lo agarraba de los pelos a su hijo delante de todos.

Muchas veces los perros de la casa no dejaban escuchar la clase, estaba la tele prendida a todo volumen, los hermanos gritaban, el wifi se cortaba por una mala conexión.

Sebastián saca el siguiente papelito y lo lee cambiando la voz;

Estuve preocupado porque en mi familia había enfermos de Covid

“En mi casa todos tuvimos Covid”, “en la mía solo mi tía”. “El hermano de mi mamá tuvo y estuvo internado muy grave, ahora ya está bien”.

¿Alguien tuvo algún familiar que haya muerto por Covid? Hago la pregunta más incómoda pero necesaria, me parece.

De los nueve presentes seis levantaron la mano y nombraron a los abuelos, algún tío, parientes lejanos y algún vecino también.

¿Tuviste miedo? Dice otro papelito

Si. Yo tenía miedo a que se muriera mi abuela dice una pequeña detrás de sus lentes. Mientras los demás prefieren hacer silencio.

¿Y se llegó a enfermar tu abuela?

No porque estuvo encerrada.

La charla está lejos del dramatismo que le solemos impregnar los adultos a estas cuestiones y también lejos de ser una reunión terapéutica. Los chicos hablan como en una charla del recreo, oficializando conversaciones subterráneas, escondidas o quizás habilitando un tono distinto más parecido al que ellos utilizan. Les pregunto si les gusta la escuela de ahora o la de antes y me dicen que la de antes era más divertida. Conversamos sobre la posibilidad de inventar juegos nuevos en el  patio en donde podamos cuidarnos y divertirnos al mismo tiempo. La charla se interrumpe porque sin darnos cuenta se nos fue el tiempo y una de  las auxiliares nos avisa que hay que sanitizar el aula. Nos despedimos hasta la próxima semana para seguir conversando, jugando a algo, o al menos encontrándonos de nuevo; tal vez se nos ocurran ideas para inventar otra escuela nueva, no se. Quizás no sea la que soñamos pero no hay duda que será distinta.


R.H.

viernes

VACUNAS

 



 

Estaba sentado debajo de un gazebo blanco que me daba sombra en un mediodía cálido. No hice fila, solo esperé adentro del edificio de un sindicato docente habilitado para la ocasión. Hicieron una puerta nueva, en la parte de atrás, por donde pasamos todos al parque de una casa antigua remodelada donde le di mis datos a una mujer que no reconocí con el barbijo puesto. Había cuatro filas con sillas de plástico que a medida que se desocupan iban siendo limpiadas con esmero y alcohol diluido por dos personas que tenían esa tarea. En un extremo de lo que fue un garaje un enfermero estaba vacunando y en otro extremo se esperaban los 20 minutos necesarios para saber si había alguna reacción adversa a la vacuna. Detrás de mi estaban dos personas que con la distancia correspondiente conversaban sobre la situación.

-       - ¡Yo acompañé a mi mamá al Luna Park! Dijo una mujer joven con un delantal de maestra jardinera.

- ¡Fue un caos, varias cuadras de cola abajo del sol, abuelos

desmayados y descompuestos por el calor!

 - ¡Son unos Hijos de Puta! ¡Eso no es desorganización es maldad! respondió un señor con cara de profesor de matemática.

Antes de que me llamaran le envío un mensaje de WhatsApp a mi hijo que estaba afuera esperándome. “Esta todo bien” le escribo, porque había un ambiente calmo de verdad y porque sabía que tenía poca paciencia. Leyendo otro mensaje me entero que mi suegra tenía miedo de vacunarse, por lo que le pasó a Mauro Viale, que se murió después de vacunarse.

En ese momento me llamaron y no me dio el tiempo para ponerme a pensar la rapidez que tienen para convertir las buenas noticias en malas; y para lograr que una persona que tendría que estar contenta por vacunarse en una pandemia mundial tuviera miedo de que la estén matando.

Camino emocionado hacia una silla en donde un enfermero me coloca en el hombro derecho otra vacuna a la misma altura de aquella BCG de la que aún conservo la marca. Es un momento esperado, histórico, único para la humanidad entera donde se siente a la historia imprimirse más en el cuerpo que en los manuales. Después el mercado hace lo suyo y la convierte en otra mercancía más para que los países pobres tengan que salir a trabajar horas extras para poder comprarlas.

Esperé mis veinte minutos junto a tres docentes en lo que alguna vez fue una cocina. Una enfermera escribió mi nombre en una lista de una pizarra blanca junto al horario de aplicación. Cinco minutos antes de lo que decía el turno. No me dolía nada, a mis compañeros de vacuna tampoco. Nos dieron una ficha con nuestro nombre y nos explicaron qué hacer si teníamos síntomas, nos aconsejaron seguir cuidándonos y tener paciencia para los anticuerpos. Alguien hizo una broma sobre la paciencia y de pronto parecíamos alumnos recién graduados. Salí a la vereda y en la puerta mi hijo me sacó la foto de rigor y estaba tan contento que puse los dedos en V sabiendo que después tendría que explicar que tan peronista era. No me importaba.

El se quejaba porque tuvo que sacar varias fotos a los que salían vacunados y a mí me parecía que se quejaba por todo como la mayoría de los adolescentes.

“Avisale a mamá” le dije y se volvió a enojar

¡Ya le mandé la foto a todos! me dice casi gritando. Me aguanto una sonrisa y supongo que algún día se acordará con cariño de este momento. Manejo hasta mi casa pensando en eso y me doy cuenta que yo no me acuerdo tanto cómo habían sido los momentos en que me vacunaron de pibe. Solo recuerdo cuando se me había prendido la BCG y me dolía el hombro. Algunas sensaciones de eso días. No mucho más.

¡Es bueno que prenda! ¡Eso quiere decir que ya no te vas a enfermar! Decía mi mamá en tiempos en que todos confiábamos un poco más en el mundo en que vivíamos. No sé si éramos más ingenuos, pero en ese aspecto estábamos más tranquilos: no había tanta preocupación por los efectos adversos y por saber quién las había aprobado y si estaban capacitados para eso. No había tantas dudas, tampoco recuerdo que nadie hablara de derechos y para muchos eran solo oportunidades que no había que dejar pasar.

Lo que si recuerdo, y quizás sea recién hoy que pueda encontrar las palabras justas, es la sensación de que alguien venga a rescatarte. Que no es ni tu familiar, ni un amigo, ni un Dios, ni un héroe. Ese alguien que viene a tenderte una mano cuando las tuyas ya no alcanzan para evitar quedarte a la intemperie. Pero, sin embargo, la memoria emotiva como diría alguien que le gusta definir todo me lleva a otro momento con sensaciones parecidas. El día en que a mi casa llegó la caja P.A.N.. No es lo mismo ya lo sé, pero algo me remite a ese momento y no tengo muy en claro por qué.

Recuerdo que con lo que mi papá ganaba en la fábrica y mi mama limpiando casas no alcanzaba para llegar a finde mes, ni para llenar la panza. El día que fuimos a buscar “la Caja” como le decían en el barrio yo también me quedé esperando a mi papá que había entrado a la salita donde la entregaban. No había selfie en esa época, pero la imagen de mi papá caminando con la caja hasta mi casa me quedó grabada igual. Puso la caja en medio de la mesa y llamó a mi mamá para que la abriera. Ella agarró un cuchillo con cabo de madera que usaba siempre para cortar pan y la abrió. Adentro había harina, leche en polvo, azúcar, aceite y otras cosas más pero mi mamá sacó el Corned Beef y con una sonrisa se lo dio a mi papá porque sabía que le gustaba. Nadie era Alfonsinista en aquella casa y eso no importaba ese día. Mi mamá hizo guiso de fideos y esa vez tenía carne; hubo pan casero y me dieron unas monedas para que fuera a comprar un jugo. No había una fiesta, pero algo de festejo se percibía en el aire lleno de olores a comida y de las flores del malvón que adornaban la mesa. Estar bien alimentados aumentaban las defensas en los días en que la pobreza también era (es) una epidemia constante que hacía a los cuerpos flacos y débiles. La historia siempre deja sus marcas, sus signos, sus cicatrices en nuestros cuerpos como un papel impreso para siempre, como un relieve lleno de poros, de asperezas labradas por años, como el sello que nos hace recordar de donde venimos. Un cuerpo deteriorándose en el horno de fundición de una fábrica metalúrgica, unas manos lastimas por cosechar en el campo, por tanto lavar ropa ajena, una vacuna en el hombro que deja su marca, una mancha en el pecho por una tuberculosis mal curada, el recuerdo de un dolor de panza mitigado por un mate cocido.

Iba llegando a mi casa actual, ya vacunado, y me parecía que no estaba contento solo porque un proyecto político mostraba sus luces en medio de tantas sombras, o porque sentía que había votado bien o porque es el accionar de un Estado que se hacía presente. Ese día sentía, y eso es lo que estuve tratando de decir en estas líneas como si hubiese estado parado de vuelta frente de esa mesa familiar, que otra vez alguien… había pensado en nosotros.


R.H