martes

LECTURAS DE VERANO

 Sobre relatar el mundo con Alberto, los amigos, la ley como fantasma escolar y los discursos que afloran esperando el meteorito.


                                                                                                                                                                                                                                 Imagen: Cosmopolitan.com


Podría decir que ver cine en estos parajes del Tercer Mundo es ver de algún modo a través de los ojos por donde ve el imperio; pero tal vez incurra en el error de describir las cosas en términos demasiados simplistas, algo reduccionista y un poco anticuado. Sin embargo, invocar a estas categorías en la época del relativismo y la negación, es casi un acto de rebeldía, aunque más no sea para armar una discusión con algún cuñado en la mesa familiar. Lo cierto es que la película “No miren para arriba” no ha impactado ni por su éxito de taquilla, ni por sus galardones ya que hablamos de un guion regular, apenas aceptable, que tampoco se destaca por los efectos especiales que nos tienen acostumbrados estos proyectos sobre todo cuando se trata del fin del mundo. Sin embargo, algo ha tocado en la fibra de algunos sectores y no son pocos los periodistas o profesionales de distintas disciplinas que han tenido la necesidad de decir algo al respecto.

El argumento dice que la vida en la tierra se extinguirá por la caída de un meteorito y uno tiene la sensación que se podría hablar en los mismos términos del Covi-19 o de la contaminación ambiental y la historia funcionaria igual. Hay un grupo de científicos que descubre lo que va a suceder y una sociedad que mira para otro lado; que niega, que subestima, que básicamente está en la pavada consumista de estos tiempos. Final predecible, todos nos identificamos un poco con todos, no se profundiza en causas, razones, hay sarcasmo, se ironiza como escape a la angustia, todos conformes. Fue la generación testigo del fin del mundo, no había mucho para hacer.

Es difícil ver dónde está la fisura, la hilacha suelta de estos relatos que los hacemos propios cuando se refieren a lo autodestructivo de la especie humana. Si de eso se trata habría que comenzar entonces por describir al capitalismo como creación humana devorando recursos naturales sin límites más que las ansias de reproducir el capital y ensanchar los márgenes de ganancias.  No es una declamación de la humanidad perdida en camino a la extinción lo que intento decir, no al menos en términos morales. Ni tampoco una demonización simplista del capitalismo como monstruo culpable de todos los males sino más bien una descripción de lo humano conteniendo pulsiones de vida y de muerte al mismo tiempo. El Capitalismo mejorando la esperanza de vida a escala mundial desde su conformación y al mismo tiempo como maquinaria que produce muerte, exclusión y desigualdad: todo en un mismo combo.

Sin embargo, esta mirada sobre la naturaleza humana que suelen traer estas películas quizás esconda el tema de la dominación del hombre por el hombre, de algunas clases sociales sobre otras, de países centrales sobre los dependientes, del poder financiero sobre las naciones, etc, etc. Este velo discursivo plantea que el mundo es injusto porque SI y todos somos responsables; sabiendo que en este plano el TODOS es en general es NADIE.

¿Quiénes son los responsables que el mundo esté de esta manera?

Responderemos entonces con mucha convicción: la raza humana, la humanidad; generalidades sin nombres y apellidos.

En este sentido las responsabilidades en sus distintos grados se diluyen y como es algo natural no hay nada que hacer. ¡Somos así! ¡Que se le va a hacer!. Quizás estemos transitando un tiempo histórico en donde se nos invita a ser meros relatores de lo que pasa, de lo inevitable. Observadores de lo que no se puede modificar, describiendo los que otros (los malos) han hecho sin referencias históricas, sociales que puedan señalar a los artífices reales; son los malos, los corruptos, los políticos, los poderosos, la casta. Este mecanismo también nos salva a nosotros mismo dentro de la masa ¡total fuimos todos!.

Estas responsabilidades aparecen tan diluidas que nos enfrentan en muchos casos a la paradoja de un mundo donde el capital financiero está cada vez más diversificado, podríamos decir, sin mucho margen de error que los mismo que nos llevan a la miseria y a la destrucción del planeta después nos hacen una película sobre lo injusto que es el mundo que la pasarán en alguna plataforma en la que estamos suscriptos.

Quizás algunas de las trampas que esconden estos tipos de mensajes son las resistencias que existen a que las cosas sean como son, esconden a los que eligen otros caminos, otras formas de vivir tomando conciencia del tiempo histórico, reaccionando, actuando, haciendo, militando, participando, tratando de construir una sociedad que no sea tomada por los individualismos, por el consumo, por el endiosamiento de los objetos y la denigración de los sujetos, tratando de no vivir alienados. No tengo muchos pergaminos que me acrediten como un luchador, pero me animo a estar en la lista de los que no nos resignaremos a ser solo espectadores que miran para otro lado o para arriba cuando el meteorito ya está cayendo. Son muchos los que vienen advirtiendo que el Capitalismo mata y que el cuidado del medio ambiente es un tema que debe estar en agenda del progresismo. Hay muchas organizaciones que levantan la voz por la contaminación ambiental, proponen formas de producción alternativas con una relación distinta con la naturaleza. Tal vez por eso hace ruido la película “No miren para arriba”, porque a pesar de su sarcasmo, su reclamo no termina de transgredir la mirada de los poderosos y nos hace creer que todos somos de la misma calaña sin más remedio que relatar de la mejor manera el final.



La ley como fantasma escolar



                                                                                                                                                                                                                                     Imagen: Sopitas.com                                                                                                                                                                                                                  


Cuentan algunos compañeros que tienen varios años en el sistema educativo: en los años 90, si mal no recuerdo, hubo un viaje de egresados de alumnos de escuela pública de la Provincia de Buenos Aires en donde se produjo un accidente en el micro en que viajaban. Tuvo como consecuencia muchos muertos y heridos, algo terrible según relatan. Al momento de hacer los peritajes del accidente se descubren muchas irregularidades en los controles no solo del vehículo sino del propio registro de chicos autorizados para hacer el viaje. No se detalles al respecto, pero lo cierto es que a partir de ese momento la Pcia de Buenos Aires decide bajar en su normativa ajustes en lo que tiene que ver con las responsabilidades de los docentes; sanciones en el caso de no cumplirlas en el marco de protocolos nuevos tendientes a que la situación mencionada no se produjera nunca más.

Sería así como cobró suma importancia la idea de la responsabilidad civil y tal vez sea un momento bisagra en las dinámicas escolares. La contracara de una medida que fue pensada para cuidar vidas, junto a otros factores más complejos seguramente; dieron inicio a la colonización del discurso escolar y sus paradigmas por parte de una mirada judicial del trabajo docente. Desde entonces según entiendo “las pruebas” de lo que hacemos reflejadas en actas e informes y miles de planillas de control pasaron a ser los elementos más importantes, incluso por encima del trabajo y las situaciones concretas que se viven. Es decir, no solo es importante lo que se hace sino lo que se escribe sobre lo que se hace, y si ajustamos las miradas a veces es más importante que se escribe de lo que se hace que las mismas intervenciones. La normativa paso a ser central como cuidado del otro, como control, como autoridad, como habilitación o como límite en un sistema que se debe todavía, a mi entender, mecanismos para su propia evaluación. Esto trajo un proceso en el colectivo docente en general y en cada escuela en particular en donde se cita la normativa como un mantra marcando una línea que separa, como toda ley la posibilidad de estar adentro o afuera de ella. Entonces la normativa se abre en tres dimensiones quizás:

1)    La normativa concreta que se ha escrito y bajado para su cumplimiento,

2)    La interpretación que se hace de la misma

3)    La normativa como idea fantasmática y persecutoria

¿Cuál es ese límite que separa lo que está fuera de la norma y lo que no?

¿Qué efectos produce en un sistema que en general le cuesta hablar de sí mismo?

¿Qué cosas dejamos de hacer por el temor a ser sancionados?

¿Qué pasa con las cosas que no dice la normativa?

Sea como sea ese fantasma recorre las escuelas desde hace tiempo como una idea paranoica que dice que vienen por nosotros, que hay que cuidarse, cubrirse, protegerse porque hay un alguien que vendrá por nuestros errores, por nuestras fallas, por nuestros olvidos, por nuestros incumplimientos. Que todos tenemos errores es un aliciente que no aplica en esto porque no alcanza ni para empezar. Porque por más esfuerzo que hagamos y por más tranquilo que estemos con nuestro accionar siempre habrá un rincón de debilidad, de miseria imperdonable, que puede ser descubierta por el portador de la norma, de la ley, como un comisario, como un fiscal, un especialista que ha leído palabra por palabra lo que dice la ley y siempre recuerda más que nosotros, que separa con una línea lo aceptado y lo que no. Lo que nos distinguirá o condenará a ser mirados como buenos defensores de los derechos de los niños o irresponsables absolutos, no hay grises en ese terreno. Es un límite delgado que nos convertirá en habitantes ilegales de una moral reglamentaria, despojados del respeto de los pares, farsantes que han quedado desnudos porque estábamos disfrazados de buenas personas cuando solo éramos impostores del profesionalismo. Distraídos encontrados con las manos en la masa, expuesto en su humanidad. Porque el error humano no tiene lugar en esta lógica, es una mancha, la hoja de un legajo que todos quieren arrancar. La sensación de que los aciertos no importan y solo vendrán por nuestros errores.

Si cada uno hace su trabajo todo funciona bien”, “hay que hacerlo porque estamos obligados”, “Así nos cuidamos todos”, “Tenemos que cubrirnos para cuando vengan a pedirnos explicaciones” “Cuidarnos las espaldas” porque seguro que alguien nos mandará al frente, alguien nos cagará.

Ese lugar en donde todas las carteleras perfectas que hicimos para que lo vean las inspectoras no alcanzaron, atrapados en lógicas de las que si no huimos pronto tendremos que pedir licencia psiquiátrica.

Sabemos que no es para tanto y sin embargo no podemos dejar de comportarnos como quienes están a punto de ser desterrado, de ser descubiertos en su falta. Con la enorme dificultad de poder confiar en alguien porque el de al lado le pasa lo mismo (y peor); cree que se está ahogando y pega manotazos en nuestra cara con tal de sobrevivir. Y Ahí estamos, a veces, perdiendo el eje, olvidándonos un poco todos los días que estamos para ayudar y no solo para cuidarnos.



El amigo



                                                                                                                                                                               Imagen: Susana Giacoboni . Artelista.com


Hace algunos años tenía un compañero de trabajo que era amigo de todos. Era amable, simpático, buen compañero y divertido. Todas las tardes, a la salida del mercado donde trabajábamos, se lo podía ver tomando una cerveza con un compañero distinto en un bar de mala muerte, pero pintoresco, que se llamaba Pinocho. El lugar atraía al mediodía a los que querían comer barato y a la tarde a los borrachines de San isidro que por la crisis ya no podían pagar un trago en La Bicicleta que era el bar con más status de la zona. Jorge, así se llamaba mi compañero lograba convencer a los verduleros, los carniceros, al personal de limpieza, a los administrativos y a más de un encargado de sección también para compartir algunos tragos. Eran largas charlas que la coronaria con el festejo de cumpleaños en el mes de diciembre cuando asistía casi toda la empresa. Podría decirse que hasta ahí era comprensible su espíritu fraternal, admirable para muchos. Lo que no me terminaba de cerrar era que también lograba que fueran los alcahuetes de los jefes: buchones, gente despreciable que no tenía ningún problema en perjudicar a un compañero con tal de ascender. Yo era un poco más prejuicioso que ahora y el asunto me molestaba bastante, no lo voy a negar. Tenía una mirada más cerrada de la amistad y no podía concebir que tratara de la misma manera a los unos y a los otros, me preguntaba todo el tiempo si le daba lo mismo. Alguna vez se lo insinué en una ronda de amigos pasados de cervezas y me contesto que él no era de pelearse con nadie y que en el fondo todas éramos buenas personas.

En una ocasión los delegados de las distintas secciones llamarón a un paro por las malas condiciones en que se trabajaba, sobre todo el personal del depósito que lo hacía con máquinas viejas lo que había provocado un accidente con un compañero. Hacíamos paros dos horas por turno y la cosa se ponía tensa. Los delegados eran perseguidos y controlados para engancharlos en alguna transgresión, echarlos con causa y no pagarles lo que correspondía. Los alcahuetes de siempre anotaban en un cuaderno cualquier infracción a las reglas de la empresa: llegadas tardes, salidas de la sección sin permiso, o alguien comiendo la mercadería que estaban para la venta. Cuando ellos se acercaban todos dejaban de hablar y casi nadie les dirigía la palabra. Digo casi porque siempre había que alguno les daba igual y por razones que yo no lograba comprender, entre ellos Jorge que conversaba como si nada sucediera. El conflicto termino con todos los delegados despedidos, menos Manuel, el verdulero, que era un buchón infiltrado en el sindicato. A la mañana siguiente en que nos fuimos enterando de todos los compañeros despedidos lo vi a Jorge conversar con Ariel que era el informante de los gerentes y que según se supo después había ayudado a confeccionar la lista de despedidos con causas inventadas.

¿Por qué le hablas a ese hijo de puta? ¿Vos estas con nosotros o con la empresa?

¡Repondé pelotudo! le dije enfrente de la góndola de fiambres.

¿Por qué le das conversación y te reis con ellos?

¿No podes quedarte callado aunque sea?

Jorge me miró a los ojos, con cierta indignación.

¡No, no puedo dijo!... y se fue caminando por un pasillo de los artículos de limpieza a seguir haciendo su trabajo. Después de ese día nuestra relación no volvió a ser nunca la misma. El siguió haciendo reuniones, fiestas a las que dejé de ir. No lo increpé más ni le pedí más explicaciones sobre sus actitudes, pero entendí que la idea de amistad que tenía necesitaba de gestos que el no estaba dispuesto a tener.

 

Cada vez que escucho a Alberto pienso en Jorge. Ya sé que no es lo mismo ni por casualidad; pero es lo que me pasa. Al principio lo escuchaba y después me fui aburriendo de a poco, aunque diga cosas que estoy de acuerdo. Quiero aclarar que si de algo estoy seguro es que lo volvería a votar si fuera necesario en este contexto. Pero verlo tratar como amigos a Gerardo Morales, a Larreta, a muchos periodistas que lo defenestran y a muchos empresarios que ayudaron a fundir el país no lo puedo soportar. Yo no digo que los insulte o falte el respeto pero que se ría y los trate casi con afecto no lo puedo soportar.

Será tal vez inmadurez e incomprensión de mi parte que no entiendo la responsabilidad de su cargo, la necesidad de dialogar, la correlación de fuerzas, que la cosa pasa por otro lado ahora. Puede ser. Quizás son mis resabios de sectarismo, mala lectura del tiempo histórico. No sé.

Tal vez es un tema tan menor y este planteo roce lo ridículo y quede como en esos sketch del Chavo hablando solo algo que debía callar. O quizás lo pequeño devele lo importante, lo que cuesta ver, lo que no queremos ver (a veces yo tampoco quiero ver).

Tengo la limitación de no poder cruzármelo en ninguna góndola de supermercado y preguntarle como a Jorge ¿Por qué te reis con ellos de la misma manera que con nosotros?

Tal vez no le da para tocarle la rodilla primero a nadie, pero por lo menos que al hablar, al pararse, la mirar, al reírse que se note un poco más que es de los nuestros.



El relator y la ley 


                                                                                                                                                                              IMAGEN: RADIO RAFAELA DIGITAL

No es una seguidilla de textos anti Alberto los que están leyendo, aunque el personaje se presta bastante, me parece. Quizás su rol, su centralidad, el grado de exposición y la manera en que asume todo eso lo ponga también como el reflejo de un tiempo. Sin ir más lejos en una entrevista realizada por Nora Veiras en su inauguración de su nuevo programa por Am750 se refería a la realidad del país, a la situación de la corte suprema y de Milagro Sala de una manera de la cual me interesa rescatar su tono más que su contenido. Describió su indignación y las acciones del gobierno para modificar esa realidad en el marco de lo que él entiende son las normas de la democracia. Se lo escuchó entonces como un espectador y relator más de un mundo que sucede ante sus narices. Dijo lo que pasa sin asumir la posibilidad de hacer algo que transgreda la interpretación de hegemónica de las normas, esas normas que han caducado como herramientas para mejorar la vida. Enredado en la falsa dicotomía de ser democrático o no. Sin profundizar demasiado en la posibilidad concreta de ver si esos esos acuerdos siguen impartiendo justicia ya no sirven habrá que crear otros, reinterpretarlos, buscarles la vuelta, fortalecerlos, hacer que no sea letra muerta. Quizás esa sea la paradoja de estos tiempos. Resignarnos a que no se puede hacer nada que la ley no diga, o mejor dicho que la interpretación hegemónica de lo que es la ley dice en la idea de Republica actual.

La ley tiene tantos resquicios como abogados y jueces hay para reinterpretarla, pero hay que tener voluntad de querer ir en contra de las nuevas leyes que dominan el sentido común, el de los discursos mediáticos, los de la política actual, la de las redes que ejecutan a cualquiera en segundos con sus ejércitos de creadores de subjetividades que se lanzan como cohetes de autodefensa cada vez que el poder real ve atacada sus lógicas. Quizás es un momento de transición en donde los acuerdos que hemos creado son para una época en la cual la democracia y sus mecanismos servían para dar justicia, una época en la cual haya que reforzar, hacer posibles, dar recursos al Estado para que eso suceda. No podemos aceptar la invitación permanente a seguir lamentándonos por lo que no se puede hacer, o lo que es peor describiendo solo que se hizo lo posible dentro de lo que la ley permite. Porque las normas no pueden ser solo un permiso para hacer porque eso implica limitar la creatividad política, colectiva e individual además de limitar la búsqueda de alternativas.

La sociedad en su conjunto ve como las distintas herramientas, instituciones, legislación se encuentra con un límite concreto en donde hay algo que no termina de hacerse o de ocurrir. Desde una queja ante cualquier secretaria de   defensa al consumidor en donde se puede hacer poco frente al poder de empresas monopólicas, que a veces eligen pagar las monedas de una multa en vez de solucionar los problemas. Hasta las mujeres que sufren de violencia y tiene que ir a denunciar a una comisaría en donde son tan violentos como su pareja, por no nombrar los dictámenes que llegan tarde o no se controla su cumplimiento y la consecuencia es un femicidio más. Por nombrar dos cuestiones más visibles que no tienen que ver con el armado de causas y la diferencia del cumplimiento de la ley según clases sociales.

Hay algo en la constitución de la ley que no funciona, por su incumplimiento y también por su devoción. Su incumplimiento en parte por el mal funcionamiento los mecanismos que la hacen posible dejándola solo en declamación y su devoción por pensar que la ley puede contemplar todo lo solucionable en una sociedad.

Por momentos la ley como acuerdo queda relegado a su faceta de imposición donde sin importar si está legitimado por la realidad. Es solo valida porque es ley (no importa sirve o no) y es cuestionable porque se quedó sin legitimidad; la realidad. Porque esa realidad ya no está ligada a los argumentos sino a las creencias; podemos creer o no esa realidad como un libertario y degradar las normas solo porque no nos gustan. Para un lado y otro, para su cumplimiento irrestricto y para su evasión, en ambos extremos hay un vacío.

Dentro de la ley todo fuera de la ley nada dice un refrán en el cual todos nos protegemos para no quedar del lado de los delincuentes, de los pecadores. ¿Pero a que ley nos referimos? ¿A la que no da justicia? ¿Reinterpretarla en salirse de la ley? ¿Para que se hacen las leyes si o es para hacer justicia?

Creo que el desafío de estos días en parte es no ser solo los espectadores de una forma de mirar las cosas, ya que puede haber otras formas y eso no nos hace delincuentes, sino buscadores de otros consensos. Las leyes se pueden modificar, reinterpretar, abolir como se han hecho a lo largo de la historia para lograr vivir mejor, pero hay que animarse a decirle basta a los poderosos cuando su idea de ley produce injusticias, animarse a implementar acciones en ese sentido. Hay que proteger la ley cuando ayude a vivir en una sociedad justa y modificarla cuando no lo haga. Ese es un nudo a desatar de estos tiempos y lo digo en voz alta para escucharme a mí mismo que soy docente y desempeño mi trabajo en un sistema tomado por el discurso judicial.

Dejar de pensar a la ley solo como un límite sino como una posibilidad. Ya bastante con lo que dice como para que imaginar lo que “parece” que dice, porque si no estamos hablando de otra cosa. De alguien que nos reta, que nos llama la atención, que nos dice como deberíamos ser. Un analista amigo una vez me dijo que para él uno de los problemas de la sociedad de estos tiempos era que se confundía la ley con el superyó, tal vez se trata de eso.

 

 Ricardo Hernández

 

 

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