jueves

LA ESCUELA EN RETAZOS

 




Tal vez una de las dificultades que atraviesa la escuela, en este momento, es darle un sentido, un contenido o una dirección a su regreso a la presencialidad. Por supuesto hay que tener en cuenta las obvias condiciones sanitarias y todo lo que la pandemia trajo como consecuencia. Pero sin desmedro de esa situación objetiva y despejando el camino de premisas básicas como “los niños asisten a la escuela para aprender”, “deben recuperar el tiempo perdido” y “no hay tiempo que perder”; hay días en que podríamos casi asegurar que no hay mucha idea de para qué hemos regresado. La anomalía que significó la pandemia para las dinámicas sociales en general y para la escuela en particular sacudió nuestros cimientos y las pocas certezas que teníamos; dejándonos en un estado de constate adaptación y muchas veces pedaleando en el aire, aunque sin rendirnos. Lo cierto es que andamos vivenciando la rareza de los tiempos a puro protocolo flexibilizado por una realidad que lo hace de goma, lo estira y lo fisura un poco; después  se emparcha y se vuelve a utilizar. Andamos transportando la culpa institucional de aquellos que no pudieron dar lo que acostumbraban a sus alumnos. Esos que nos miran sin reconocernos del todo y sin saber si es solo por el barbijo o porque algo de nosotros todavía no volvió. ¿Cuál es el rol de la escuela en este contexto? ¿Es importante aprender matemáticas y las reglas de la física en este momento? ¿O debemos aprender quizás los límites que ha encontrado la física y las matemáticas para resolver los problemas humanos en esta etapa histórica? (por supuesto como otras disciplinas más). La escuela va regresando por pedazos de lo que fue, de a poco y sin garantías de que sea eso lo que se necesita. Se parte de conclusiones básicas sobre la necesidad de la escuela en términos de espacio de socialización, de encuentro, de desarrollo de las identidades singulares y comunitarias, pero todo parecería indicar que repetir los formatos de la escuela tradicional no es lo más interesante que esta sucediendo. Es más, parecería que nuestros modelos de enseñanza pre-pandémicos ocupan un lugar secundario frente a la necesidad de vinculación y socialización. Es decir que aquellos detalles menores, consecuencia indirecta de los modos en que se enseñaba, hoy resultan casi imprescindibles.

¡Yo extrañaba los recreos de la escuela! Dice Julieta sin disimular sus prioridades.

Parecería que la misma escuela no esta dispuesta o muy poco dispuesta a reconocer que se podría prescindir de gran parte de los contenidos curriculares y la escuela de todas maneras sería un espacio saludable que aportaría muchas de lo que necesitan los niños en esta coyuntura. Lo pedagógico, entendido como los contenidos curriculares previstos por los distintos niveles parecería no ser lo importante y nadie esta dispuesto a aceptarlo. En cambio cuando lo pedagógico se aborda en contexto construyendo herramientas pensadas para los tiempos que se están viviendo la cosa cambia y los relatos se vuelven más interesantes. Por ahora solo algunos sectores dentro del mismo sistema educativo están posicionados desde este lugar, poniendo en tensión el curriculum oficial y acompañan los posicionamientos que ya tienen su historia en la educación informal o en proyectos de educación alternativa.

¿Cómo salir de la idea de que hay que recuperar el tiempo perdido? ¿Cómo dejar de hacer eje en los contenidos que no se pudieron dar? ¿Cómo dar lugar a otras miradas más integrales de lo que hay que enseñar para que esto a su vez tenga como consecuencias otras formas de intervenir?

¿Quién dice que la pandemia ha terminado solo porque nadie quiere nombrarla? ¿Estamos respetando los protocolos porque entendemos que así nos cuidamos todos o a medida que pasan los días solo lo hacemos porque debemos respetar las normativas?

Volvimos por partes, por pedazos. Como retazos de los que fuimos sin poder entender todavía lo que está sucediendo realmente, shockeados sin poder reaccionar, atravesando lo inédito. Volver y no poder ser. Habitando un espacio a medias, mostrando los vestigios de lo que supimos ser sin saber si sirve o no, auto engañados haciendo rápido la tarea para que la señorita no se enoje. ¿Para que sirve la escuela? me preguntó un adolescente con su tono escéptico. Estoy tentado de decirle que sirve para estar juntos, para vincularnos y socializar; pero tengo miedo que me pregunte y ¿entonces porque están todos desesperados para que haga solo tareas?

Somos como esperanzados en que suceda lo que no va a suceder, en que vuelva una normalidad que por ahora no parece que regresará. Porque nada es igual y nuestros cuerpos actúan como si lo fuera. Nadie nombra lo innombrable. Andamos como fantasmas recorriendo los pasillos ¿será o no será el profe que conozco? Con el barbijo todos parecemos otros. Escondidos, autolimitados, ocultos y autosilenciados a medias, porque algo se escucha a través del barbijo aunque no se termine de entender. Supongo lo que se dice quizás porque siempre decimos lo mismo. Funcionamos por una inercia que nos empuja y no podemos ver. Hay carteles del Covid pero nadie lo nombra, nadie dice ya la palabra pandemia. Una maestra afirma con contundencia: “Con todo lo que sufrimos en casa y ¿vamos a seguir hablando de eso?”

 

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Ni volvimos mejores, ni más consientes. No volvimos todavía, por lo menos no íntegramente. No me reconozco en mis temores latentes, estoy esperando que alguien diga que terminó todo para comenzar a ser algo de lo que fui, transpiro el tapabocas y de a poco se convierte en una tela pegajosa que me molesta. Me convertí en especialista en interpretar las miradas de mis compañeros, me acostumbré a olor a sanitizante que antes no conocía ni nombraba. No recuerdo a quien saludaba con un beso y a quien no. Ya nadie se besa, al compañero que toma la temperatura y me pone alcohol en las manos solo le digo “hola” porque tiene las manos ocupadas. ¿Cómo eran las bocas de mis compañeros?¿Cómo eran sus risas?¿Como responde el cuerpo cuando hay una parte anulada?. Siempre se dice que los ciegos desarrollan los otros sentidos con mayor firmeza. ¿Qué sentido habremos desarrollado con nuestra boca tapada? Una boca intervenida, anulada de gestos, de su sonido completo.

Prendo la tele esperando que me diga que todo terminó y el cartel de URGENTE dice otra cosa. Los casos bajan, nos relajamos sin darnos cuenta y los protocolos se convierten en exageraciones de un estado-padre que hay que decirle que si solo para que no moleste más

¡Dejalos! dice una maestra mientras los chicos vuelven a jugar a la mancha. “El contagio es solo por aerosol” dijo alguien y el alcohol en gel queda espeso y sin sentido como la verdad. Intentamos ser precavidos todo el tiempo pero por momentos nuestra humanidad nos desborda y alguien relaja, en general sin mala intención. Una maestra cierra la puerta porque tiene frio, el medidor de dióxido de carbono dispara las alarmas y en esos segundos me parece otra vez que no entendimos nada. Sensaciones, pareceres de una mañana agitada en que se busca controlar lo incontrolable.

 

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Vuelvo a caminar los pasillos antes de la salida. Los pibes están más grandes y a más de uno no lo reconozco. Voy recordando de a poco las últimas conversaciones que tuve con ellos. Se me confunden los nombres y disimulo para que no piensen que soy un colgado. Una pequeña que se llama Sol se me acerca despacio. Hace mucho que no nos veíamos. Es mi preferida y ella lo sabe. No se porque pero todos tenemos algún alumno/a preferido aunque la corrección diga que no hay que hacer diferencias. Tiene la edad de mi hija y tal vez sea por eso. Todos se van a su fila y ella está parada sin saber como saludarme.

¡Cuando estén mejores las cosas nos vamos a poder saludar con un abrazo! le digo y extiendo mi puño cerrado


Ella hace lo mismo y asiente con la cabeza sin decir nada. Le noto los ojos tristes y no creo que sea solo por el saludo. Algunos chicos tienen los ojos tristes y me parecen que cargan historias. Quizás historias de estos tiempos que necesitan palabras. Quizás esa sea una de nuestras tareas en un tiempo raro que necesita nombrarse, decirse. Habrá que buscar palabras.

 


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Es un grupo pequeño, como todas las burbujas habilitadas para dar clases. Hacemos un círculo con las sillas quizás como retomando una vieja conversación interrumpida por los avatares de la vida pandémica. Todos tienen puesto su barbijo tan naturalizado como un par de zapatillas. Comienzo la charla tratando de definir con ellos la palabra “extraño”. Escribo rápido lo que se les viene a la cabeza y de repente hacemos un giro y empezamos a conversar sobre las cosas que “extrañamos”. Uno dice que extrañó a un primo al que no podía visitar, otro que extrañó a su abuela. “Yo también extraño a mi abuelo, que no murió de Covid pero nadie pudo ir al entierro y mi mamá está muy triste por eso” dice Tamara irrumpiendo con crudeza y sencillez. De a poco cada uno cuenta como extrañó a sus afectos en tiempos de cuarentena. “Yo no creía al principio que fuera verdad lo de la pandemia” dijo Lucas después de contar como la policía lo corría a la noche cuando salía con otros chicos a las calles del barrio. “Una vez a mí me corrieron y me metí debajo de un auto para que no me viera. Si te agarraban te llevaban a tu casa”

 

En el medio del círculo coloqué una caja escrita con fibrón azul que decía LA CAJA EXTRAÑA.

¿Qué es esa caja profe?

Tiene cosas extrañas que quizás nos pasaron a todos, les digo y los invito a sacar los cartelitos.

Facundo se levanta disparado de la silla, saca el primer papelito y lo lee.

No me gustan los Zoom, no me gusta tener la cámara encendida.

“Yo tenía a mi hermana bailando atrás mío cuando la seño hablaba y la veían todos,”

Mi mama me obligaba a peinarme y ponerme otra ropa para el zoom,

Yo tenía a toda mi familia mirando mi clase.

En una clase de zoom de mi hermano yo vi como una madre lo agarraba de los pelos a su hijo delante de todos.

Muchas veces los perros de la casa no dejaban escuchar la clase, estaba la tele prendida a todo volumen, los hermanos gritaban, el wifi se cortaba por una mala conexión.

Sebastián saca el siguiente papelito y lo lee cambiando la voz;

Estuve preocupado porque en mi familia había enfermos de Covid

“En mi casa todos tuvimos Covid”, “en la mía solo mi tía”. “El hermano de mi mamá tuvo y estuvo internado muy grave, ahora ya está bien”.

¿Alguien tuvo algún familiar que haya muerto por Covid? Hago la pregunta más incómoda pero necesaria, me parece.

De los nueve presentes seis levantaron la mano y nombraron a los abuelos, algún tío, parientes lejanos y algún vecino también.

¿Tuviste miedo? Dice otro papelito

Si. Yo tenía miedo a que se muriera mi abuela dice una pequeña detrás de sus lentes. Mientras los demás prefieren hacer silencio.

¿Y se llegó a enfermar tu abuela?

No porque estuvo encerrada.

La charla está lejos del dramatismo que le solemos impregnar los adultos a estas cuestiones y también lejos de ser una reunión terapéutica. Los chicos hablan como en una charla del recreo, oficializando conversaciones subterráneas, escondidas o quizás habilitando un tono distinto más parecido al que ellos utilizan. Les pregunto si les gusta la escuela de ahora o la de antes y me dicen que la de antes era más divertida. Conversamos sobre la posibilidad de inventar juegos nuevos en el  patio en donde podamos cuidarnos y divertirnos al mismo tiempo. La charla se interrumpe porque sin darnos cuenta se nos fue el tiempo y una de  las auxiliares nos avisa que hay que sanitizar el aula. Nos despedimos hasta la próxima semana para seguir conversando, jugando a algo, o al menos encontrándonos de nuevo; tal vez se nos ocurran ideas para inventar otra escuela nueva, no se. Quizás no sea la que soñamos pero no hay duda que será distinta.


R.H.

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