Es mi historieta más querida. Desde hace tiempo. Desde que Graciela Bracachinni me la dio en un taller literario de Beccar. Era una fotocopia en blanco y negro que un día, como un niño aplicado, la pinté y la atesoré para siempre. Me emocionaban aquellos encuentros; por la impronta de la profesora y por los climas que se creaban para ayudarnos a escribir.
Apenas tuve en la mano aquellos dibujos sentí que me invitaban a un viaje interior en donde se alojaban y se alojan las viejas heridas, las primeras decepciones, las primeras perdidas.
¿Qué palabras, que gestos de consuelo tendríamos con nosotros mismos si pudiéramos volver a encontrarnos con el niño que fuimos?
Fui a buscarla y la encontré en una vieja caja en medio de papeles amarillos. Impulsado por un sueño muy sentido de la noche anterior en donde era un viajero del tiempo sin más equipaje que mi propia convicción. Pero era de otro tiempo, de uno en el cual había sido feliz, de allí provenía. Caminaba por las calles de un barrio que no conocía buscándome en el futuro (presente); y me encontraba a mi mismo a la vuelta de una esquina en el banco de una plaza llorando sin consuelo. No necesité preguntarme nada, sabía que estaba llorando por todo lo que había perdido. Me acerqué despacio, me miré a los ojos y me abracé con mucha fuerza, porque a eso había venido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario