Era
el viento helado que se escurría entre las maderas de la casilla, era el olor a
kerosene del calentador que hoy no podría soportar, era la escarcha en el
barro, el pecho apretado por la ropa de verano encimada, la tos de mi padre y el mate cocido caliente
con tortillas. Era esa frazada con detalles horribles pero que todos queríamos
porque era la que más abrigaba, era mi perro Terry acurrucado en su cucha de
chapa, el pulóver rojo con las mangas desparejas tejido por mi madre, era mi
padre yendo a trabajar a la fabrica en la madrugada helada. Era sentir que
bañarse es lastimarse con agua fría; era un fuentón y una palangana. Era aguantarse
ir al baño teniendo ganas. Baño: cuartito minúsculo a kilómetros de la casa,
con algo parecido a un inodoro de cemento con hueco directo al pozo, como un
volcán nauseabundo que se activaba en verano, espacio único de privacidad donde
temíamos quedar congelados.
El
frío era frotarse las manos, como un ritual de clase, esperando el colectivo en
una calle solitaria, era fumar aire a los seis años y reírte a las carcajadas.
Era mi campera marrón encontrada en la basura del barrio rico un lunes de
cirujeada; era contarle a un compañero en la escuela cuando el bullying no se
nombraba, porque también era eso: la vergüenza y las primeras cargadas. Era el
guiso caliente, de mi madre, con poca carne. Era caminar con zapatillas de
tela, con dos medias finas, los charcos y las patas mojadas.
El
frio era pasar el invierno sin conciencia de la falta, era visitar a una piba
que te gustaba cagándote de frio en la calles de Villa de Mayo y que no te
importara nada. El frio es el pasado, nostalgia y memoria. Cicatriz invisible
en mi piel, “Buenos Aires desampara en las madrugadas de invierno” dice la
radio y yo sé de qué hablan.
Pero
el presente me agarra más abrigado en esta patria otra vez desalmada. El frio
suele ser revisar los burletes de la casa, tener tres estufas y un caloventor, frazada
plumón y remera térmica (de esas bien abrigadas). Es la escarcha al borde del
camino a La Costa, un locro con todos los ingredientes en una reunión de
amigos. Vasijas de barro comprada en puerto de Frutos de Tigre, Cupcakes con
esa plantita que cuando la necesité de verdad no me animaba.
Es
la calefacción del auto al máximo manejando con nieve en el Sur, es la gata en
la ventana queriendo entrar, es una aplicación del celular marcándote cero
grado, es poder pagar la factura del gas aunque este cara, es un título del
noticiero, es el sufrimiento de otros y la indiferencia de algunos, es creer
que la gente elige morirse de frío, es una calle de Buenos Aires desamparada.
Es no tener sentimiento, es Pichetto eligiendo no expresarlos, es el
capitalismo expulsivo, es ver sufrir a alguien, correrse un poquito y pasar por
al lado. Es una invitación a deshumanizarse mirando una pantalla, es consolarse
donando una campera a Caritas, es ver el sueldo en Home Bankin y creer que no
pasa nada. El frío se ha convertido en frialdad que siempre amenaza propiciando
el olvido: sillón del living, un perro, un auto, una película en Netflix y la
militancia aburguesada.
Alguien
muere en la calle, arden las redes, la tele…en el supermercado chino nadie
comentó nada. Habrá que entrar en calor, alejar el frio preguntarse qué puedo
hacer por los otros y no tener el alma tomada.
R.H.
"El viernes que hizo frío, River abrió la cancha y
fueron 8 mil personas y después sábado,
domingo y lunes, que hizo un frío terrible,
no fue más nadie. Esa ficción no me la
como, yo estoy muy mayor y ya esas
cosas no me las trago".
Luis Brandoni
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