sábado

Ni libres ni libros: un recorrido nipón en tiempos del capitalismo como problema médico.





Algunos viajan para conocer a otros pueblos, sus mundos y sus historias. Otros hacen algo parecido leyendo libros decía de Descartes: “Pues es casi los mismo conversar con gentes de otros siglos, que viajar”.
Sea como sea tanto la lectura como los libros hablan de uno. Mis libros dicen quién soy, cuáles son mis búsquedas, mis sueños, mi posición frente al mundo y la vida;  y por supuesto también mi posicionamiento político. Quizás no sea tanto la cantidad sino el contenido de los mismos y su atesoramiento el que a uno lo definan con más claridad. Quien recorra mi biblioteca casi anárquica podrá ver muchos objetos de papel amarillo que hablan justamente de quien soy, quien he sido y un poco de quien quiero ser. Hay libros amados, reveladores de secretos, influyentes, clarificadores, democratizadores y subversivos.

Mi pasaporte a la libertad podría decir de mis libros pero ahora me suena cursi la frase así que trataré de evitarla. A modo de aporte podría contar que el primer libro que leí completo fue El llamado de la selva de Jack London(de la colección Robin Hood), de tapa amarilla que todavía ocupa su lugar tanto en mi memoria como en mi biblioteca siempre desordenada.

Resignar horas dedicadas a “jugar a la pelota”, con los pibes del barrio, para quedarse a leer un libro en el conurbano ya era una acción de ruptura con consecuencias tal vez excesivas en aquella adolescencia difícil, como casi todas, supongo.

El análisis de porqué uno lee y en qué contexto vino mucho después; en ese tiempo las cosas solo sucedían como piezas sueltas que tomaron significados en un futuro con más claridad. Por suerte algunos adultos si tenían la posibilidad de dimensionar su tiempo y creo que este era el caso de Doña Blanca, la esposa del único comunista declarado de mi barrio, que enterraba los libros del marido en el fondo de su casa. Eran tiempo de dictadura y los militares entraban a las casas derribando puertas en busca de lo que ellos llamaban subversivos.
Libros prohibidos que hablaban de otros mundos posibles cuando las palabras estaban silenciadas. Eran años en que internet no existía ni en ciencia ficción y las palabras eran portadoras de libertad en esos libros que la dictadura interceptaba y censuraba. Fueron eliminados durante ese periodo una cantidad enorme de libros en todo el país y que luego quedaron en las retinas como una analogía de los campos de concentración los libros apilados cual si fueran cuerpos humanos en Sarandí del Centro Editor de América Latina listos para su exterminio.



También son numerosas las historias, ya en democracia de los sobrevivientes a la dictadura: hijos parientes, amigos desenterrando libros del fondo de las casas, como tesoros sin baúles y con el  brillo del oro puesto en sus palabras escritas.

La democracia era joven, como muchos de nosotros,vigorosa y sin muchas fisuras. Tiempos en que La Trova Cubana pasaba por Buenos Aires y Pablo Milanes hacía una parada antes de Chile para cantar …y retornaran los libros, las canciones que quemaron las manos asesinas …y pagaran su culpa los traidores”.

Nadie podía imaginar entonces que volverían los mismos. Ellos formateados en una democracia desilachada con una mecánica que no solo hace dudar de su eficacia sino que trajo a dentro de ella misma a los enemigos del pueblo como un caballo de Troya. Historias presentes de libros actuales que todavía no logran explicar en sus hojas lo que nos sucede.


Un fantasma recorre las bibliotecas: el fantasma de Marie Kondo.


Tampoco podíamos imaginar que los mismos sectores que llevaron al país a lugares tan oscuros de nuestra historia volverían. Era una película de terror que costaba mirar porque esta vez volvieron sin la necesidad de tomar las armas para llevar a cabo ese plan inconcluso del 76 y de los 90: volvieron  votados por el propio pueblo.
La discusión de que si fuimos víctimas engañadas o no es una discusión que dejaré para otro día.

Ya en el poder fueron arrasando, como una locomotora en reversa, muchos derechos y manteniendo la misma lógica de sus programas económicos que por supuesto también son culturales. La sociedad se fue transformando a la sombra de los medios de comunicación cómplices y el manejo a discreción de las redes. De vuelta una sociedad con amplios sectores excluidos, descartados; mirando para otro lado a los que se van quedando afuera del mercado laboral, afuera del goce, afuera del consumo.

Tampoco necesitan quemar libros para intentar acabar con la historia como lo han hecho en otras épocas. La cultura del “hágalo usted mismo”  desembocó en “descarte usted mismo” llevada al extremo e invadiendo las reuniones familiares, de trabajo, de amigos; las góndolas de libros del supermercado y por supuesto una serie Netflix. No es un tema central, estamos de acuerdo. Pero subestimar el trabajo del enemigo, a mi por lo menos me ha llevado cuatro años de preguntarme qué nos paso como sociedad que Macri es presidente.






Ella es, quizás, una nueva gurú, una influencer, una filosofa del posmodernismo, una chanta exportada al Tercer Mundo, una salvadora de almas caóticas, una oportunista agarrada de la punta de la ola neoliberal.

Misteriosa solo por añadiduría a la ignorancia local de lo que es el mundo oriental. Prima obligada de  Kun Fú en un país que siempre los vio a todos iguales, y  supo repetir las palabras de Kwai Chang Caine   al mismo tiempo que los chistes de Pepe Biondi.

Consecuencia lógica del discurso, con poco amor propio, que dice que todos somos unos vagos: desordenados, juntadores de basura.

En esta línea la mirada idealizada de la cultura japonesa se ensambla más rápido que los juguetitos del huevo Kinder. “Son trabajadores sacrificados dóciles y respetuosos, profundos, que trabajan sin descanso, hasta hacen paro trabajando más todavía que los días comunes. Toda una serie de atributos que el modelo Moni Argento y su familia no tendrían ni cerca.

Una directora de escuela primaria recientemente jubilada me describía como Marie Kondo la había ayudado a ordenar su vida tirando losa libros de su biblioteca y quedándose solo con algunos que ella consideraba útiles. Yo que conozco la casa de la señora sé que esos libros representaban parte de su historia con su esposo fallecido, con sus hijos. ¿Cuántos libros de los que ha tirado no fueron ojeados por ella misma para leérselos a sus hijas cuando eran pequeñas?.

Por un momento creí que era una metáfora eso de tirarlos y no pude contener alguna lágrima cuando me confirmo que fueron a la basura sin escala.

Antes que pueda hacerme de alguna teoría barata de psicología para entender la relación de esta persona con el pasado al que quiere olvidar y borrar. Me sorprendieron otras escenas parecidas donde una profesora de literatura contaba a sus amigas como se había tomado el trabajo de colocar sus libros en el piso y fue relacionando muchos de ellos con etapas tristes o amargas de su vida razón por la cual los había tirado.

No pude dejar de pensar en esta relación bastante particular con la historia, con el pasado, con la memoria propia; que casi como un acto reflejo me pregunté qué concepción tendrán de las políticas de memoria verdad y justicia estas personas. Ni pensar a quién votaran y por qué.


“Me duele acá doctor”




Días pasados el psicoanalista y ensayista Jorge Alemán presentó su nuevo libro “Crimen perfecto o emancipación”; en sus palabras planteaba quizás una de las huellas más interesantes desde donde leer la adhesión de ciertos valores de esta etapa neoliberal por parte de un sector importante de la población. O dicho de otro modo más incomodo plantea la posibilidad de intentar entender muchas de nuestras propias conductas en la etapa actual de desarrollo del Capitalismo. Podríamos no sin razón, no se trata de eso; comentar horas sobre el grado de alienación de muchas personas que conocemos o describir concienzudamente como muchas ellas reproducen casi linealmente los discursos y las practicas hegemónicas emitidas desde los sectores dominantes sin sonrojarse ni un poquito siquiera. En general son nuestros amigos, parientes y conocidos con los cuales la afirmación de que somos diferentes no alcanza. Hay algo mucho más profundo que nos ocurre en los últimos tiempos que señala Alemán. El Capitalismos era algo externo al sujeto. Un sistema que explotaba solo  través de los medios de producción, siempre en manos de las clases dominantes, en términos marxistas, como algo que está afuera y donde uno podía salir de forma relativa.




Hoy sin embargo somos testigos de cómo a ese capitalismo no hay que encontrarlo afuera del sujeto sino adentro de él. Un sujeto que incorpora sus lógicas y sus valores, un capitalismo que se mete en el cuerpo y como una metástasis se disemina enfermando su cuerpo y su alma. Esa alma a la que apuntaba Margaret Thatcher ya en los 80. Esas subjetividades tan enunciadas en la era de las redes y moldeadas a la sombra de la manipulación mediática, ya no son las únicas herramientas con las que se manipula. En el tiempo de los emprendedores individuales con su filosofía ilusoria para salvarse solos; la maquinaria esta afilada para llegar al extremo de su propia ideología que hacerdel sujeto mismo su propia maquinaria de dominación. Un sujeto sobre el que trabaja el sistema pero que va adquiriendo cierta autonomía. Con cierto ejercicio de las lógicas de explotación, ya está “canchero”, tiene experiencia, aprendido, como un buen empleado que aprende rápido y no necesita de la supervisión constante de su jefe sino que le basta que le echen una mirada de vez en cuando para asegurarse de que está haciendo bien las cosas. Como un campo que se siembra y en donde después las plantas crecen solas.
Inocular odio se decía en relación al rol de los medios de comunicación en la etapa anterior y quizás era como prefacio de un método puesto en marcha silencioso y certero como pocos. Mito o no; más de una nota periodística se le ha dedicado a la posibilidad de que varios presidentes latinoamericanos, con proyectos populares, hayan sido inoculados con enfermedades cancerígenas sin poder aceptar que la muerte siempre juega para el beneficio de ellos y no de los nuestros.
Una vez instalado el Capitalismo en el sujeto este funcionaria como autómata respondiendo a sus directivas individualistas, de consumo, de productividad, de exclusión. Ya no se coloca en posición de explotado por otros, sino que acepta su propia explotación como su situación natural sin por supuesto nombrarla ni percibirla como tal. Sería el estado en el cual encontraría su propia normalidad y donde dirigir su propio deseo. Su autonomía estaría manifestándola eligiendo ese estado natural desde donde percibirse correcto, normal y en los casos más extremos: feliz. Una vez infectado el individuo ya no necesitaría del explotador para que lo confirme en su situación de sojuzgado sino que el mismo actuara de la manera que el sistema espera de él produciendo bienes y servicios, consumiendo y reproduciendo sus mensajes (estos ultimo son los bienes producidos en esta etapa). Como un trolls voluntario saldría a defender su estado frente a cualquier amenaza externa en el sentido esta vez más literal del término. Aceptación y defensa que solo podría necesitar algún correctivo esporádico del explotador para que sus obreros trabajen y no se distraigan en el proceso productivo. Un meme de vez en cuando podría cumplir este rol con la misma eficacia.
Obreros que eligen a sus propios explotadores, trolls ad honorem que defienden funcionarios, aplaudidores de medidas económicas que perjudican a ellos mismos, empresarios que apoyan programas económicos que los llevan a la quiebra, empleados defendiendo a sus jefes antes que a sus compañeros, ciudadanos que piden que les suban la tarifas de los servicios públicos para que no sean regaladas, excluidos que acusan de vagos a otros que se quedaron afuera del mercado laboral, trabajadores que prefieren que otros trabajadores se queden sin trabajo para poder diferenciarse de ellos, empleados precarizados viendo libertad arriba de una bicicleta llevando comidas rápidas.




Quizás debamos repensar la presencia del capitalismo en nosotros mismos como aquellas cosas de las que no podemos escapar, de lo inevitable. De eso que tampoco admite la mirada moral porque al revisar nuestra propia casa encontraremos todas las boludeces que compramos sin necesitar. No hace falta estar alienados para descubrir que es imposible no ser consumidores. Lo que estoy tratando de pensar, con esta obviedad, es cómo no quedarnos totalmente tomados por el consumo hasta nuestra desaparición como sujetos críticos;  posicionados solo como consumidores en una búsqueda ilusoria de felicidad. Es en ese sentido que el Capitalismo es muerte, porque el deseo del alienado desaparece dando lugar a las ganas de consumir dentro del engranaje productivo. Se deja de ser sujeto con deseos propios para ser consumidor de lo que no se termina de tener nunca porque se vuelven a descartar para necesitar otros bienes y el ciclo comienza nuevamente.
Es en esta lógica que estamos metidos todos desde que el sistema es tal. Sus mecanismos están presentes en nuestros cuerpos como aquel viejo Chaplin de Tiempos Modernos que no podía dejar de ajustar la tuerca fuera de la línea de montaje de la producción capitalista.
Su presencia en nosotros no es novedad. Lo que tal vez aparece como nuevo es que hasta un tiempo atrás era algo que venía de afuera y uno podía intentar liberarse. Hoy sería algo interno en donde el sujeto mismo forma parte del engranaje, el sujeto es parte de esa maquinaria que se desgasta y debe ser desechada o reemplazada.
No es solo el que tiene interiorizado los modos de producción y los va cargando por la vida. Ese sujeto en su casa no sabe qué hacer con su tiempo libre cayendo en la depresióno el aburrimiento por no encontrar su sentido fuera del circuito productivo. Es mucho más que eso.






Lejos queda también el trabajador que pierde hasta su dignidad por la necesidad de sobrevivir; como aquella muchacha “Rosetta” de la película de los hermanos Dardenne. Esta pierde su trabajo, se alimenta de lo que pesca en un arroyo y para recuperar su empleo como vendedora de wafles traiciona a su novio, hace que lo despidan; sin dudar, por desesperación pierde algo de su dignidad. Esto es más complejo todavía, es el Estado interviniendo el deseo. Es el que está colgado todavía de una cuerda delgada pegándole una patada al que esta agarrado con un dedo. Es el que se ha caído justificando al patrón y culpabilizándose el mismo.




Es asimilar como propios sus valores de exclusión y descarte; siendo el mismo el reproductor, productor y defensor de estos valores aunque su puesta en práctica termine aniquilándolo. Un trolls por voluntad propia en una sociedad derechizada que goza con la destrucción del otro, que no se inmuta con el dolor ajeno y apuesta a gobernantes que lleven a cabo sus ansias bestiales y arcaicas siempre con buenos modales. Un militante no solo del ajuste sino de su propia destrucción; un industrial liberal que vota un modelo desindustrialista sabiendo que será su ruina. Un trabajador que justifica los tarifazos, un apolítico de derecha, los miles de defensores no solo del gobierno sino esencialmente de su discurso que es el discurso del capitalismo financiero disfrazado de partido político, más papistas que el papa, donantes de tiempo libre para hacer de felpudos del  poder, inorgánicos funcionales a un sistema de exclusión.

El Capitalismo, en estos días, es como el  Glifosato en el aire que respiramos y que no queremos ni saber del tema para no volvernos locos. Es el potenciador en nuestras cabezas de todas las miserias humanas llevadas al límite. Es cuando adherimos sin darnos cuenta a su descarte y nos sentimos descartados sin remedio, es como un docente planificando su jubilación a los 40. Es alienarse positivismo y creer que siempre hay que  tener objetivos y metas de forma obligatoria; es sumarse a la idel de que hay que tener respuesta a todo y googlear mil veces la misma pregunta en vano, es un progre preguntándose cómo se vive y no tener las agallas suficientes para vivir viviendo y caer una y otra vez en ataques de pánicos inconfesables. Es querer que te estalle la cabeza para no pensar más a las tres de la mañana. Es la autodestrucción en el plano individual, es la  pulsión de muerte y la muerte literal. Es quedarse afuera autoexcluido, es hacer el trabajo sucio uno mismo y en casa. Es el camino que propone el sistema con sus lógicas llevados al extremo. El autodescarte golpeando la  puerta de tu mente. Es cuando el Manifiesto Comunista no me sirve ni para empezar a entender.

El capitalismo adentro nuestro es la indiferencia ante la necesidad y el dolor. Es estar adentro del Burger King de Martínez y no percibir que ya fueron cuatro familias las que revolvieron el  contenedor de basura de enfrente, es aburrirse sin WIFI. Es cuando tenés todo lo que dijiste que querías tener en la vida y ahora no te alcanza. Es comprar un celular de 20 lucas y no parar de mirar Facebook en una reunión de amigos.Es tener captado el deseo por los algoritmos y hacer clic igual.

En este panorama quedar tomados lo menos posible por el sistema es una de las ultimas trincheras. “Quemar el cielo por vivir” dice Silvio; estar preparados y esperanzados para aferrarse a los signos vitales a como de lugar. Pero no una esperanza boba de canción de Diego Torres sino una activa que no se convierta en decepción.

Nada es lineal por supuesto. No es serio asegurar que los seguidores de Marie  Kondo votarán otra vez a un proyecto de exclusión. No es esto lo que quiero decir. Pero hay ciertas subjetividades que se van moldeando y amalgamando como matrices subterráneas de la patria del desamor y la indiferencia que va en esa dirección. La maquinaria del disciplinamiento tiene las formas de estos tiempos: mensajes subliminales reproducidos al hartazgo por las redes y otros más concretos como sacar la Gendarmería de muchos barrios populares y reemplazarlos por repetidores de señal de WIFI.

No es tampoco un problema de gobiernos ni de partidos políticos. Se trata me parece de proyectos de país que al menos intenten poner ciertos límites a las formas en que el capitalismo va mutando en estos días. La revolución está lejos ya hace tiempo y que yo sepa no hay colectivo que te deje cerca, ni aunque sea a unas cuadras. Sé que hay más de uno que habla de la etapa anterior como revolucionaria y aunque comparando el retroceso actual los aciertos se agrandan, cuando se hace zoon se ve solo un dique de contención en el que se filtraba agua por todos los costados. Hoy el dique se destruyó y uno lo extraña con la nostalgia de un tango. Habrá que construir otro dique otra vez, pero tengamos en claro que estamos río abajo de vuelta. Si hay proyecto colectivo al que subirnos aunque sea en el estribo depende de muchas cosas: una de ellas es la decisión del 25 por ciento  de indecisos que Luis Bruschein recién comienza a poner en palabras en el Pagina12 del 20 de abril, otra será la feroz campaña en donde los medios de producción de subjetividades (que los tienen ellos más que nunca) e incluso pensando en cómo sería un gobierno popular en esas mismas condiciones.

 No hay buenas noticias en el camino en ese aspecto. Ni siquiera el derrumbe del gobierno es motivo de festejo. Los dueños de la torta trabajan a destajo por un recambio de caras y la oposición recién puso segunda en el camino de la unidad. Por ahora, es solo lo que hay, a menos que la historia de los pueblos nos esté reservando una sorpresa emancipadora que no la estamos pudiendo ver. Ojalá.

Y si no es así habrá que estar un poco más atentos que la vez pasada, con más anticuerpos se me ocurre y buscar buenas nuevas en el instinto de supervivencia, en las pequeñas batallas cotidianas, en lo que sembramos en nuestros hijos, en las puertas de salida de la decepción, en los jóvenes que siguen soñando y amando a pesar del mundo que les dejamos. Quizás debamos “volver” a nuestro eje echando un vistazo a los orígenes para volver a ser lo que alguna vez fuimos; viviendo lo cotidiano con la intensidad que se merece la palabra vida. Habrá que  releer nuestros viejos libros, nuestras viejas canciones para escribir nuevos libros y nuevas canciones que hablen del hoy y si es posible del mañana también.



R.H.



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