miércoles

La memoria sin dolor y la disputa por el sentido común en una microhistoria que dejó este 24 de marzo.






El público se fue acomodando en la sala del cine improvisado; las mesas estaban colocadas a los costados y las sillas en posición de butacas. Las luces, que por alguna razón de seguridad que cuesta entender no se podían apagar sin dejar a todo el establecimiento sin luz, fueron tapadas con fricelina negra que colgaban del techo y le daban un aire a feria americana. Mismo procedimiento para las ventanas con persianas rotas y ya, esta tela barata, era la nueva versión de “lo atamos con alambre”. Había un proyector y unos parlantes, que todos rogaban que duren hasta que el Estado decida aparecer de nuevo por estos pagos. Una pc recauchutada que parecía un Rastrojero en medio de la autopista era nuestro pilar tecnológico en los tiempos de la robótica. Por suerte la pared era blanca y la pantalla se hizo gigante en serio.
La sala estaba colmada y algunos se terminaron sentando en el piso por la falta de sillas. Los espectadores estaban ansiosos y el silencio era una tarea ardua que cuando llegó se impuso potente acorde con lo que pensamos que ameritaba la fecha. Todos estábamos serios mientras se daba la bienvenida con demasiada ceremoniosidad. Un espectador irreverente dejó caer un objeto esférico que recorrió toda la sala hasta los pies del presentador. Todos observábamos el recorrido y a su responsable que sentía las miradas como dagas sobre sus hombros; era un segundo interminable en que nadie parecía dispuesto a perdonar. El sujeto en cuestión, más pequeño que el resto de los presentes, tomó la bolita en sus manos como quien recupera un tesoro que creía perdido, levantó la mirada hacia esa sala de silencio profundo y sonrío. Su sonrisa cautivó a los presentes y nos dimos cuenta de que no era para tanto, bajamos las armas y sonreímos con él.

La proyección comenzó y los cuartos grados de la escuela Primaria N° 27 de San Fernando comenzaron a ver la película Kamchatka en uno de los días previos al Día de la Memoria.

En los tiempos de Netflix la actividad tenía un aire de película en blanco y negro de un cineclub. Se había avisado a los pequeños que había que tener “paciencia” ya que era una película lenta y con muchos silencios en tiempos en que estos son sinónimo de aburrimiento.

Siempre hay alguno que hace un comentario en vos alta o le toca la oreja al de adelante para divertirse. Ese día no fue la excepción.





Los chicos observaban, escuchaban y seguían una película que a pesar de los años sigue teniendo algunos guiños para los más pequeños. Una película que traspasa ese sentido común escolar (y no tan escolar) que sugiere que no hay que ver cosas tristes porque eso hace mal. En otros tiempos yo hubiese calificado de tibia a la película pero hoy es un punto de encuentro con cierta parte de un mundo docentes que buscan contenidos “no agresivos”.

¿Me pregunto si al dialogo sobre el dolor y de la muerte se le puede poner edulcorante para que no caiga tan pesado?
¿O será que les parece agresivo cualquier posibilidad de sentirse cómplices de los lineamientos generales de la dictadura y que eso quede expuesto?
¿Será la forma o el tono de algunos discursos que reclaman verdad y justicia? ¡Justo a ellos que hacen una apología de los buenos modales y no se conmueven con nada ni nadie!

Mientras me seguía haciendo las mismas preguntas que nos hacemos desde hace años, en esta patria binaria donde por más ataque de republicanismo que me agarre cuando se trata de proyecto de país no puedo evitar pensar en ellos y en nosotros; sonó el timbre y los chicos de cuarto grado fueron al recreo.

Una niña se quedó en el aula para preguntarme si a los militares antes les decían “los invasores”. Le dije que no pero que no era una mala idea
Al regresar al aula se retomó la proyección y todos nos compenetramos en la historia. En esta parte había cosas graciosas entre los niños protagonistas: música y baile familiar. El clima se distendió y a más de uno le dio ganas de bailar.

Pero una escuela es también el territorio de la interrupción constante. Un auxiliar abrió la puerta y nos dijo a todos que la merienda había cambiado de horario y que todos los niños debían ir al comedor en ese preciso instante. Pero …¿No se pudo prever?. No. Es una escuela. Hay que seguir mañana.

Al otro día se retomó la actividad recordando lo que se había visto hasta el momento. Los chicos recordaban a la perfección la historia e incluso uno dijo que le encantaba la música. Situación ideal. Arrancó de nuevo.

Silencio en la sala. Me dediqué de nuevo a mirar las caras de los niños hasta que llegó la escena en donde el abuelo de los niños protagonistas escuchaba de boca de su nieto la situación de fuga, la desaparición de los amigos del padre y la angustia de un niño en esa situación. Estaban arriba de un tractor de cosecha y uno intuía a qué sector social pertenecía y el apoyo de este a la dictadura del cual su hijo era víctima. Eran solo conjeturas, el guion no decía más que lo uno veía: un gesto que parecía tomar conciencia de la situación. ¿Quién sabe? Después estaba sentado junto a su hijo en reunión familiar festejando su cumpleaños. Los dos estaban fastidiosos y eso se notaba. Ya sabíamos que siempre se peleaban porque el niño protagonista le había pedido que hoy no lo hagan. Uno intuía que eran diferencias políticas pero nadie quería pelearse, los protagonistas adultos se esforzaban, por compartir esos momentos juntos; por los chicos, por ellos mismos, son de la misma sangre y parecen el agua y el aceite. Como una síntesis de la historia de este país. ¡No se peleen!, dijo Harry…no ahora.

La película terminó. Todos aplaudimos, había que decir algo y conversar con los chicos. Busqué palabras para encontrar sintonía con mis compañeras docentes. Vemos países diferentes y encontrar puntos en común es un trabajo arduo. Hablé sobre la necesidad de construir un mundo en donde nadie se crea dueño de la vida de nadie: para que no haya muertes ni desapariciones. Hablé de los desaparecidos y de los que quedan por encontrar todavía. De las abuelas y me pareció que ese era el  limite aceptable de ese otro lado. La maestra habló de la libertad como “lo más importante que existe” y que en esa época de había perdido; no quiso decir nada más e hizo un gesto con las manos para que quedará claro que podría decir algo más y eligió no hacerlo.. O quizás su discurso liberal se quedaba sin argumentos fuera de la idea de libertad en estos sectores apolíticos tan ideologizados.

Los niños se encargaron de preguntar con más profundidad: hablaron de los muertos y los desaparecidos. Sabían que hubo personas arrojadas desde aviones al río, de los niños asesinados y separados de sus padres. Una niña estaba conmovida con la posibilidad de que los padres de los protagonistas de la película hayan sido asesinados y sean desaparecidos. El aula se inundó de emoción y preguntas que fuimos conversando de a una. Muchas manos levantadas y la esperanza de que su generación pueda revertir esta historia presente parecía cierta en ese momento.





Desistí de intentar ganar la discusión diciendo cosas que me parecían más contundentes.. Me pareció que el sentido común hay que pelearlo pero sabiendo que es en territorio hostil. No les pregunté a mis compañeras docentes que se "espanta tanto" por el horror de la dictadura ¿por qué más del 80% había votado a un gobierno que tiene su mismo plan económico, ataca a los derechos humanos y es negacionista? ¿Si su idea de la libertad está separada de la idea de justicia e igualdad?.

Tampoco le pregunte ¿qué significaba la memoria y la historia para ese colectivo en donde anidan las admiradoras de Marie Kondo y andan descartando libros por viejos y por ser portadores de energía negativa?

Ni siquiera atine en preguntarle si su idea de respecto a la libertad de opinión valía de igual manera para cuando se argumenta por deseo a que algo suceda o cuando se argumenta por contraste con la realidad.

Decidí que no hablaría de ciertas cosas y con ciertos tonos para poder, aunque sea unos minutos, construir un nosotros mínimo con ese universo que no encuentra conexión alguna entre la dictadura y los tiempos actuales.

Éramos chicos nosotros ya lo sé. No son ellos en persona (algunos sí) pero son portadores de ese discurso, los representantes, los herederos de esa visión, los que tienen la voluntad captada, los que hablan por otros, los que son pensados por otros.

No le pregunté:... si sacamos las torturas, las muertes y desapariciones…¿hubiesen apoyado la dictadura? … No le pregunté, me pareció que preguntas como esa forman parte de esos contenidos que se consideran agresivos. No le pregunté, no discutí, no nos peleamos,…hoy no, Harry había pedido que hoy no.


R.H.