El público
se fue acomodando en la sala del cine improvisado; las mesas estaban colocadas
a los costados y las sillas en posición de butacas. Las luces, que por alguna
razón de seguridad que cuesta entender no se podían apagar sin dejar a todo el
establecimiento sin luz, fueron tapadas con fricelina negra que colgaban del
techo y le daban un aire a feria americana. Mismo procedimiento para las
ventanas con persianas rotas y ya, esta tela barata, era la nueva versión de “lo
atamos con alambre”. Había un proyector y unos parlantes, que todos rogaban que
duren hasta que el Estado decida aparecer de nuevo por estos pagos. Una pc
recauchutada que parecía un Rastrojero en medio de la autopista era nuestro
pilar tecnológico en los tiempos de la robótica. Por suerte la pared era blanca
y la pantalla se hizo gigante en serio.
La
sala estaba colmada y algunos se terminaron sentando en el piso por la falta de
sillas. Los espectadores estaban ansiosos y el silencio era una tarea ardua que
cuando llegó se impuso potente acorde con lo que pensamos que ameritaba la
fecha. Todos estábamos serios mientras se daba la bienvenida con demasiada
ceremoniosidad. Un espectador irreverente dejó caer un objeto esférico que
recorrió toda la sala hasta los pies del presentador. Todos observábamos el
recorrido y a su responsable que sentía las miradas como dagas sobre sus
hombros; era un segundo interminable en que nadie parecía dispuesto a perdonar.
El sujeto en cuestión, más pequeño que el resto de los presentes, tomó la
bolita en sus manos como quien recupera un tesoro que creía perdido, levantó la
mirada hacia esa sala de silencio profundo y sonrío. Su sonrisa cautivó a los
presentes y nos dimos cuenta de que no era para tanto, bajamos las armas y
sonreímos con él.
La
proyección comenzó y los cuartos grados de la escuela Primaria N° 27 de San Fernando
comenzaron a ver la película Kamchatka en uno de los días previos al Día de la Memoria.
En
los tiempos de Netflix la actividad tenía un aire de película en blanco y negro
de un cineclub. Se había avisado a los pequeños que había que tener “paciencia”
ya que era una película lenta y con muchos silencios en tiempos en que estos
son sinónimo de aburrimiento.
Siempre
hay alguno que hace un comentario en vos alta o le toca la oreja al de adelante
para divertirse. Ese día no fue la excepción.
Los
chicos observaban, escuchaban y seguían una película que a pesar de los años
sigue teniendo algunos guiños para los más pequeños. Una película que traspasa
ese sentido común escolar (y no tan escolar) que sugiere que no hay que ver
cosas tristes porque eso hace mal. En otros tiempos yo hubiese calificado de
tibia a la película pero hoy es un punto de encuentro con cierta parte de un
mundo docentes que buscan contenidos “no agresivos”.
¿Me
pregunto si al dialogo sobre el dolor y de la muerte se le puede poner
edulcorante para que no caiga tan pesado?
¿O
será que les parece agresivo cualquier posibilidad de sentirse cómplices de los
lineamientos generales de la dictadura y que eso quede expuesto?
¿Será
la forma o el tono de algunos discursos que reclaman verdad y justicia? ¡Justo
a ellos que hacen una apología de los buenos modales y no se conmueven con nada
ni nadie!
Mientras
me seguía haciendo las mismas preguntas que nos hacemos desde hace años, en
esta patria binaria donde por más ataque de republicanismo que me agarre cuando
se trata de proyecto de país no puedo evitar pensar en ellos y en nosotros; sonó
el timbre y los chicos de cuarto grado fueron al recreo.
Una
niña se quedó en el aula para preguntarme si a los militares antes les decían
“los invasores”. Le dije que no pero que no era una mala idea
Al
regresar al aula se retomó la proyección y todos nos compenetramos en la
historia. En esta parte había cosas graciosas entre los niños protagonistas:
música y baile familiar. El clima se distendió y a más de uno le dio ganas de
bailar.
Pero
una escuela es también el territorio de la interrupción constante. Un auxiliar
abrió la puerta y nos dijo a todos que la merienda había cambiado de horario y
que todos los niños debían ir al comedor en ese preciso instante. Pero …¿No se
pudo prever?. No. Es una escuela. Hay que seguir mañana.
Al
otro día se retomó la actividad recordando lo que se había visto hasta el
momento. Los chicos recordaban a la perfección la historia e incluso uno dijo que
le encantaba la música. Situación ideal. Arrancó de nuevo.
Silencio
en la sala. Me dediqué de nuevo a mirar las caras de los niños hasta que llegó
la escena en donde el abuelo de los niños protagonistas escuchaba de boca de su
nieto la situación de fuga, la desaparición de los amigos del padre y la
angustia de un niño en esa situación. Estaban arriba de un tractor de cosecha y
uno intuía a qué sector social pertenecía y el apoyo de este a la dictadura del
cual su hijo era víctima. Eran solo conjeturas, el guion no decía más que lo
uno veía: un gesto que parecía tomar conciencia de la situación. ¿Quién sabe?
Después estaba sentado junto a su hijo en reunión familiar festejando su
cumpleaños. Los dos estaban fastidiosos y eso se notaba. Ya sabíamos que siempre
se peleaban porque el niño protagonista le había pedido que hoy no lo hagan.
Uno intuía que eran diferencias políticas pero nadie quería pelearse, los protagonistas
adultos se esforzaban, por compartir esos momentos juntos; por los chicos, por
ellos mismos, son de la misma sangre y parecen el agua y el aceite. Como una
síntesis de la historia de este país. ¡No se peleen!, dijo Harry…no ahora.
La
película terminó. Todos aplaudimos, había que decir algo y conversar con los chicos.
Busqué palabras para encontrar sintonía con mis compañeras docentes. Vemos
países diferentes y encontrar puntos en común es un trabajo arduo. Hablé sobre
la necesidad de construir un mundo en donde nadie se crea dueño de la vida de
nadie: para que no haya muertes ni desapariciones. Hablé de los desaparecidos y
de los que quedan por encontrar todavía. De las abuelas y me pareció que ese
era el limite aceptable de ese otro
lado. La maestra habló de la libertad como “lo más importante que existe” y que
en esa época de había perdido; no quiso decir nada más e hizo un gesto con las
manos para que quedará claro que podría decir algo más y eligió no hacerlo.. O
quizás su discurso liberal se quedaba sin argumentos fuera de la idea de
libertad en estos sectores apolíticos tan ideologizados.
Los
niños se encargaron de preguntar con más profundidad: hablaron de los muertos y
los desaparecidos. Sabían que hubo personas arrojadas desde aviones al río, de los
niños asesinados y separados de sus padres. Una niña estaba conmovida con la
posibilidad de que los padres de los protagonistas de la película hayan sido
asesinados y sean desaparecidos. El aula se inundó de emoción y preguntas que
fuimos conversando de a una. Muchas manos levantadas y la esperanza de que su
generación pueda revertir esta historia presente parecía cierta en ese momento.
Desistí
de intentar ganar la discusión diciendo cosas que me parecían más contundentes..
Me pareció que el sentido común hay que pelearlo pero sabiendo que es en territorio
hostil. No les pregunté a mis compañeras docentes que se "espanta tanto" por el
horror de la dictadura ¿por qué más del 80% había votado a un gobierno que
tiene su mismo plan económico, ataca a los derechos humanos y es negacionista?
¿Si su idea de la libertad está separada de la idea de justicia e igualdad?.
Tampoco
le pregunte ¿qué significaba la memoria y la historia para ese colectivo en
donde anidan las admiradoras de Marie Kondo y andan descartando libros por
viejos y por ser portadores de energía negativa?
Ni
siquiera atine en preguntarle si su idea de respecto a la libertad de opinión
valía de igual manera para cuando se argumenta por deseo a que algo suceda o
cuando se argumenta por contraste con la realidad.
Decidí
que no hablaría de ciertas cosas y con ciertos tonos para poder, aunque sea
unos minutos, construir un nosotros mínimo con ese universo que no
encuentra conexión alguna entre la dictadura y los tiempos actuales.
Éramos
chicos nosotros ya lo sé. No son ellos en persona (algunos sí) pero son
portadores de ese discurso, los representantes, los herederos de esa visión,
los que tienen la voluntad captada, los que hablan por otros, los que son
pensados por otros.
No
le pregunté:... si sacamos las torturas, las muertes y desapariciones…¿hubiesen
apoyado la dictadura? … No le pregunté, me pareció que preguntas como esa
forman parte de esos contenidos que se consideran agresivos. No le pregunté, no discutí, no nos peleamos,…hoy no,
Harry había pedido que hoy no.
R.H.
1 comentario:
Excelente!!!
Publicar un comentario