Cuando era un niño recuerdo
que la política, obviamente, no era mi preocupación. Fue recién ya entrada la
adolescencia cuando descubrí que mis padres se declaraban peronistas, yo no
sabía muy bien que significaba eso y creo que ellos tampoco.
En mi casa se hablaba de la
realidad, o mejor dicho de lo que decía la televisión y la radio sobre la
realidad. Ser peronista era el recuerdo de un pasado próspero y difuso que
sobrevolaba la casa de todos los vecinos que yo al menos conocía en aquel barrio
de Villa de Mayo. Era como una distinción de clase sin anclaje en el presente;
porque el presente no era
responsabilidad de nadie y por lo consiguiente nadie se veía con necesidad de
modificarlo por iniciativa propia. Faltaba por entonces pasar mucha agua
debajo del puente para que conociera a gente que resistía y a sentir que podía ser protagonista de la historia. Decir que no había conciencia de clase es quizás decir
mucho, pero había algo de eso.
El clima que se vivía, que
convivía con otros climas, era algo parecido a una pobreza subordinada y sin
resistencias masivas. La realidad era algo que simplemente sucedía e incluso
iba más allá de lo que se decía sobre ella. La gente se quejaba
como se quejó siempre, pero esa queja era
solo descriptiva como quien describe que ha llovido o que sopla el viento.
Era algo inevitable sin culpas ni decepción.
En estos tiempos parece
haber algo de esa mirada infantil que se disemina a una velocidad inusitada.
Que sorprende y deja perplejos a muchos
que no logramos salir del rol de espectadores.
Es el presente de nuevo como
un devenir del cual no hay responsables; solo “suceden” como las tormentas del gobierno cuando describe
la crisis. La realidad pasa por al lado como los temas en donde solo tienen
incumbencia esos otros que son los que saben(o nos dicen que saben). Como
aquellos momentos en donde era tema de
“grandes”.
Recuerdo aquellos almuerzos
en familia cuando a los pequeños nos pasaban a la mesa de los chicos y no
podíamos escuchar sus conversaciones. No nos revelábamos todavía porque éramos
niños y el mundo estaba hecho así; y la responsabilidad seria para otra etapa.
Porque la a-política tiene algo de esa postura
infantil. ¡Que los otros se ocupen de esas cosas aburridas o corruptas!. Porque
para eso están los adultos responsables o los adultos malos que están en la
otra mesa.
Con mucha observación y un
poco de imaginación podemos ver en el individuo a-político ( y en la postura de
mirar para otro lado) algo de Peter Pan
de la modernidad: no quiere madurar para no asumir responsabilidades; o lo
que quizás es peor; asume la postura infantil después de rozar la adultez y no
sentirse cómodo. Un estado en donde vivir sin responsabilidades como sujeto
histórico, sin corruptos, sin los conflictos que origina discutir la política.
Una situación de seudoequilibrio y tranquilidad donde: que las cosas no sucedan
o desear que no sucedan es casi lo
mismo. Un mundo lleno de magia y alegría en donde por solo desear las cosas
estas suceden como en un país del “Nunca Jamás.
Es
como vivir en un país en posición infantil permanente. Un
país jardín de infantes como ya decía María Elena Walsh que termine de explicar
un poco una situación de letargo social.
Que hay resistencias al
Neoliberalismo no lo voy discutir. Que es mucha gente y que las manifestaciones
son masivas es un hecho. Pero también es un hecho indiscutible, al menos para mí,
que una gran parte de la sociedad está
en otra cosa. Incluso muchos de los que están sufriendo los embates de esta
etapa.
Porque ni todo el dinero que
el gobierno ha invertido en los movimiento sociales para evitar un estallido termina
de explicar lo que NO sucede. Ni el trabajo a destajo en las redes y los
medios, ni el dólar controlado, ni los sindicalistas que ya no defienden a sus
trabajadores, ni todas las estrategias posibles que implementan para sostener
este desguace….. El grueso de la
sociedad duerme la siesta mientras la máquina de acribillar derechos por la
espalda sigue avanzando.
Quizás sobrevuele algo,
también, del deseo del negador que se va arraigando con más fuerza todos los
días y que cree que el bienestar es: “que no te rompan las pelotas con la
política”, ni con los problemas que lo tiene que resolver otro. Como en ese
viejo país que ha vuelto para quedarse y que trae esa naturalización en la cual si
pasan cosas jodidas no es responsabilidad de ellos ni nuestra. Tan natural
e inevitable como una puesta de sol o un ventarrón.
Nada más alejado de lo natural es eso que llaman La grieta pero el discurso del sistema
se hace carne en nosotros por nuestra propia comodidad. Es más fácil pensar que
es algo natural y no consecuencia de un sistema de explotación porque ante esa
definición no tenemos más remedio que tomar posición.
La injusticia
existe desde que el mundo es mundo pero la explotación del hombre por el hombre
encuentra su mecanismo más macabro en el capitalismo y sus distintas variantes.
Despoja a los individuos no solo de su plusvalía, sino del sentido de su
existencia; porque ha nacido social y se ha desarrollado en comunidad y hoy con las almas captadas prolifera el
goce por la destrucción del otro. Sistemas de gobierno excluyentes votados
por los propios excluidos, vastos sectores que toman el discurso de su
dominador solo para ver como los otros se quedan afuera.
Hoy hay más gente sin trabajo que ayer, los
servicios públicos son impagables, hay represión en las calles, la policía sigue
matando pibes que no muestra la televisión, las fabricas cierran, la deuda
externa sigue creciendo a niveles históricos, Milagro sigue presa, el desguace
del Estado es imparable etc, etc, etc,…..y en el supermercado la cosa está en
paz.
El país está en calma en este
diciembre y algunos lo llaman paz social. Quizás porque las cosas están de vuelta en su
lugar: siempre ha habido pobres y los que tienen trabajo van del trabajo a su
casa y de su casa al trabajo porque quizás son tan peronistas como mis padres y
tampoco sepan muy bien por qué lo son. La televisión nos informa que ha llovido
de nuevo y la ciudad se inunda otra vez. El ruido de las gotas cayendo siempre
es buen motivo para la siesta. Son cosas que pasan... que se le va a hacer.
R.H.
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