En el 2003 eran tiempos en que el Estado todavía tercerizaba
proyectos sociales a través de la Iglesia. “Motivar la participación ciudadana”
decía la consigna principal del que impulsaba la Pastoral Social que me contrataba como Trabajador Social. Con esto
llegue al Barrio de los Monoblok de Boulogne con más convicción que datos
empíricos y leyendo las letras chicas de mi contrato que decía “Que Dios te
ayude”.
Hablé con un referente del barrio y me habló de una abogada,
que había vivido allí, que podría estar interesada en una propuesta así.
Las reuniones las hacíamos en una pequeña capilla del Barrio
Santa Ana. Un lugar olvidado por el San Isidro rico, que se dice “distinto” y
es igual a cualquier urbe que excluye a los pobres. Era el reverso del Marketing
de una zona en donde Dios pasaba poco; supongo que por desconocimiento nomás ya
que no figuraba ni en los mapas.
Cuando ella llegó le sumó entusiasmo y militancia a un grupo
que carecía de todo menos de convicción. Cada uno con su mirada queríamos trabajar
en esas grietas que dejan de las injusticias del sistema. Tomábamos mate con una pava
calentada en un anafe pequeña y vieja que perdía gas y uno se acostumbraba al
olor con el tiempo.
Ella era muy joven, inteligente, linda, militante y mujer; atributos
que le alcanzaban por si mismos para salirse del molde del estereotipo circulante. Traía la ley en sus palabras pero con los derechos incluidos: esos
derechos que para la jurisprudencia oficial eran material opcional solo para
idealistas. Orientaba y asesoraba los compañeros y vecinos; y sobre todo
caminaba los pasillos de un barrio que la mayoría de los abogados no conocerán
nunca.
La recuerdo feliz en uno de sus cumpleaños en un departamento
de Zona Norte. Con la misma sonrisa que había tenido en una Kermes jugando con
los pibes del barrio. Hubo que limpiar la calle Ipiranga del Barrio Santa Ana
para armar los puestos con juegos donde ella y todos fuimos niños por un rato.
Tenía la piel dorada, hasta en las semanas de poco sol y un
tono en su vos de “chica bien”; características que para el manual del progre
pre juicioso sería un obstáculo enorme para estar con el pueblo. Pero ella era mucho
más que eso: era entradora, solidaría y no sacaba chapa nunca cosa que acortaba la distancia al momento de estar a
su lado. Además tenía en su postura algo que muchos de los que se vistieron de
revolucionarios en épocas de vacas gordas carecen o no encuentran ni cuando
googlean: conciencia de clase.
Por esas cosas de los distintos caminos de la vida no la vi
más. Hasta que con una cuota de cholulismo al aparecer por la televisión
levante el dedo y le dije a mi familia “yo conozco a esa mujer”.
Después también la escuche por la radio y leí como hablaban de ella
en los diarios.
No sé si es porque desde que el Neoliberalismo empezó su
nueva etapa de saqueo, uno está más sensible, pero lo cierto es que me emocioné
al volver a verla. Porque es estos tiempos de tantos que claudican, que
traicionan, que se confunden, que se acomodan a los nuevos discursos de la
clase dominante: saber ella resulta un remanso. Y verla con la misma postura: en
contra de las injusticias del sistema y del lado de las causas populares, me
emociona mucho más.
Pero quizás sea también porque como Perito Judicial me cruzo,
todo el tiempo, con gente que si no la llamo
“Doctor” ni levanta la mirada. Y entonces descubro al verla a ella ahí, donde la llevado su
camino, que sigue siendo la misma Eli.
R.H.
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