Se sospecha que está adentro
de nuestras casas. Parece que está en el living, en la cocina, arriba de la
cama, en el patio, en un balcón, en lugares privados y en lugares compartidos.
Está a la mañana, a la tarde y a la noche. La escuela, ese lugar al que
delegábamos una parte de la educación de nuestros hijos hoy fluye desde el
celular como una invasión inevitable. Se hizo familiar, un habitante más de las
cuatro paredes, una presencia a la que, por momentos, hay que agradecerle su compañía
y en otros decirle a dónde puede pasar y a dónde no.
La escuela en pandemia está en
el grupo de Whatsapp del segundo grado, de mi hija, explotando porque no les
gustó la clase por Zoom de la maestra que siempre tiene cara de asustada. Está en
un adolescente haciendo la tarea con sus compañeros a las tres de la mañana. Está
cuando un docente se siente en riesgo armando bolsones de alimentos en una escuela
y no le sale decir nada.
La escuela está en una conversación
con una directora por videoconferencia, porque es nuestro trabajo, pero con el
ladrido de nuestros perros de fondo. Porque a través de ese brillo que lastima
las pupilas también está la escuela con sus reuniones donde no hay ambiente en
común, no hay tonos para contextualizar de manera certera, solo interpretación
pura, parcial y neurótica como suele ser la comunicación en estos días.
La escuela está en un
llamado a una madre angustiada porque su hijo tiene angina y toda la familia
está alarmada, está en un mensaje dejado
a un teléfono fijo que nadie ha escuchado. Está en un cuadernillo con las
tareas que llega por una vecina, en un mensaje al chat de un grupo que no lee nada
fuera del horario escolar, en la impotencia de no poder hacer las visitas
suficientes a los alumnos sin conexión, en una denuncia por abuso de manera
online, en sus propios límites, en su propia ausencia.
La escuela está en un
profesor haciendo música con sus alumnos por Youtube, en los cuentos viajeros,
en la cara del ministro haciendo un vivo por Instagram, en los videos que
encontramos y hacemos circular esperando que le sirva a alguien. La escuela
está avisando de un comedor comunitario abierto para quien lo necesite, porque está
descubriendo que es parte de la comunidad, en hora buena.
La escuela está en una
alumna de secundaria que no quiere aparecer por una cámara web, en un Classroom
mal configurado, en los fantasmas de una maestra imaginando en un Zoom cuántos
padres hay detrás de la cámara, en la paradoja de extrañar hasta a los que no soporto, en los nombres que rebotan
en nuestras conciencias de los pibes que no sabemos nada.
La escuela está tratando de
encontrarle la vuelta en miles llamadas telefónicas, en la pantalla de la
computadora con muchas cabezas despeinadas. Escuela sin olores más que el de mi
cocina y mis tostadas, la sombras son oscuridad en mi cámara web de la mañana.
La escuela esta donde no la puedo ver porque tengo la mirada temerosa y aislada. ¡Que los pibes y todos estemos bien!, las tareas no nos preocupemos…no pasa
nada. Extraño tanto a la escuela hasta los días en que no me gustaba.
R.H.
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