(Sobre el levantamiento militar de diciembre de 1988 en Villa Martelli)
Tenía poco gasoil y me había hecho el hábito de ir siempre a la misma estación de servicio. El muchacho que atiende es amable y conversador y eso siempre me pareció un valor agregado a su trabajo. Por alguna razón aquel día olvidé mirar con cuanto combustible contaba y seguí mi viaje. Al transitar General Paz me preocupó el tema y decidí entrar a la Estación que esta a la altura de Villa Martelli. Cargué sin nin
gún problema y cuando voy a cerrar el tanque levanto al mirada hacia adelante y la veo. Me quedé inmóvil por unos segundos mientras el pasado caía sobre mí como una lluvia helada. Revisé el escenario, ya conocido, cerciorándome que estuviera intacto. No fue así. La oscuridad de esa noche pesada no estaba como era de esperar; estaba la entrada en forma de arco y los árboles detrás como un pequeño bosque. Estaba yo pero faltaban la decena de almas que corrían aquella noche por el lugar.
Cuando escuchamos las noticias por la radio yo ya estaba reunido con un grupo de amigos del PC(partido Comunista) y algunos desconocidos que andaban militando en la izquierda. Era una tarde nublada en San Miguel y la izquierda convocaba a las plazas a manifestarse. Se armaban debates callejeros y eran días en que “unos cientos parecían todos” y todavía no podía ver la diferencia. Mi vieja creía que estaba escuchando música en lo algún amigos y estos no entendieron nunca qué hacía allí. Algunos teníamos como punto de referencia los 70 y seguíamos creyendo que estábamos montados sobre la historia y podíamos realmente cambiar su rumbo. Nos sentíamos protagonistas. De todas maneras yo tenía 17 años y la ideología era una maraña de cosas superpuestas que me servían para sentirme seguro en mi mundo de inseguridades de una adolescencia lejana. Éramos “especiales”, estábamos llamados a cumplir un mandato heroico y en los ambientes que frecuentaba flotaban los ejemplos del Che, Fidel y Sandino.
Se corrió la bola que era mejor ir directo a los cuarteles a manifestar antes que ala Plaza de Mayo donde convocaba el gobierno. Allá fuimos…
Tenía instalado el vértigo en el cuerpo y la sensación de sentirme parte de una cruzada histórica me daba un aire de heroísmo al que no podía resistirme. Algunos tenían el mismo gesto que yo; de bronca y de miedo al mismo tiempo.
Si bien no entendía muy bien porque a la democracia burguesa había que defenderla confiaba en que alguien había pensado fundamentos fuertes a los que yo no podía todavía llegar.
La oscuridad, los gritos, las consignas, las armas. El límite entre lo bueno y lo malo estaba fuera de ese plano o era algo difuso en un momento que no había lugar apara dudas, había que luchar.
Con el transcurso de las horas los cánticos y las piedras se iban haciendo rutina sin reacción de la otra parte. Nadie sabía que estaba sucediendo con los mandos superiores del Ejército y el gobierno pero no dudaba que estar allí era importante.
Primeros fueron tiros al aire para dispersar, entonces la apuesta fue mayor de nuestro lado, e íbamos a tirar más piedras y a gritar más. No había demasiado debate de las acciones, era una inercia que hacía mover a todos de una manera uniforme.
Una ráfaga interminable de disparos al aire dio la primera señal de que la cosa venía en serio. Un silencio breve nos permitió acomodarnos para la corrida. Otra ráfaga y unos gritos, que no se distinguían, nos hicieron correr con desesperación hacia la oscuridad de los árboles. No sé cuando pero en un momento dado, tirado al piso y con el pasto húmedo en la boca sentí el silbido de las balas; y pude ver las chispas que producían las balas al tocar los poste
s y árboles. Fue la primera vez que sentí la muerte tan cerca. Fue mi primera duda en esos años de seguridades aparentes…qué estoy haciendo acá?...me pregunté.
No recuerdo qué hablamos de regreso en el micro, si de la patria, si de los revolucionarios, si del gobierno y los militares o qué…yo no tenía muchos por decir.
Estuve mucho tiempo sin contar a nadie lo sucedido (más allá de los compañeros de militancia). Mis amigos del potrero consideraban locos a los militantes sociales y tampoco les interesaba el tema. Mi familia estaba totalmente alejada a estos temas. Una sola vez se lo conté a un compañero de secundaria y no me invitó más a su casa.
Cuanta agua había pasado bajo el puente desde aquel día en que las cosas eran blancas o negras. No había otras opciones; se era militante de las causas del pueblo o se eran individualista funcional a la burguesía.
Hoy parado en el mismo escenario no dejó de pensar que hubiese sido de mi si mis análisis no superaban la lucha de clases.
Aunque me sigo preguntando por donde pasa hoy el compromiso. Hay días en que no me basta pensar que aporto desde lo profesional de la manera más honesta posible. No me basta con ser crítico al sistema. Hay días en que no me basta con hacer lo que se pueda…
De pronto cuando mi nostalgia se interrumpe con el llanto de mi hijo que, en el auto, se cansó de esperar a su padre que mira hacia algún lugar perdido. Lo levanto en mis brazos, y con las mismas preguntas sobre el compromiso, su abrazo cálido de manos pequeñas comienza a darme parte de las respuestas.
Tenía poco gasoil y me había hecho el hábito de ir siempre a la misma estación de servicio. El muchacho que atiende es amable y conversador y eso siempre me pareció un valor agregado a su trabajo. Por alguna razón aquel día olvidé mirar con cuanto combustible contaba y seguí mi viaje. Al transitar General Paz me preocupó el tema y decidí entrar a la Estación que esta a la altura de Villa Martelli. Cargué sin nin

Cuando escuchamos las noticias por la radio yo ya estaba reunido con un grupo de amigos del PC(partido Comunista) y algunos desconocidos que andaban militando en la izquierda. Era una tarde nublada en San Miguel y la izquierda convocaba a las plazas a manifestarse. Se armaban debates callejeros y eran días en que “unos cientos parecían todos” y todavía no podía ver la diferencia. Mi vieja creía que estaba escuchando música en lo algún amigos y estos no entendieron nunca qué hacía allí. Algunos teníamos como punto de referencia los 70 y seguíamos creyendo que estábamos montados sobre la historia y podíamos realmente cambiar su rumbo. Nos sentíamos protagonistas. De todas maneras yo tenía 17 años y la ideología era una maraña de cosas superpuestas que me servían para sentirme seguro en mi mundo de inseguridades de una adolescencia lejana. Éramos “especiales”, estábamos llamados a cumplir un mandato heroico y en los ambientes que frecuentaba flotaban los ejemplos del Che, Fidel y Sandino.
Se corrió la bola que era mejor ir directo a los cuarteles a manifestar antes que ala Plaza de Mayo donde convocaba el gobierno. Allá fuimos…
Tenía instalado el vértigo en el cuerpo y la sensación de sentirme parte de una cruzada histórica me daba un aire de heroísmo al que no podía resistirme. Algunos tenían el mismo gesto que yo; de bronca y de miedo al mismo tiempo.
Si bien no entendía muy bien porque a la democracia burguesa había que defenderla confiaba en que alguien había pensado fundamentos fuertes a los que yo no podía todavía llegar.
La oscuridad, los gritos, las consignas, las armas. El límite entre lo bueno y lo malo estaba fuera de ese plano o era algo difuso en un momento que no había lugar apara dudas, había que luchar.
Con el transcurso de las horas los cánticos y las piedras se iban haciendo rutina sin reacción de la otra parte. Nadie sabía que estaba sucediendo con los mandos superiores del Ejército y el gobierno pero no dudaba que estar allí era importante.
Primeros fueron tiros al aire para dispersar, entonces la apuesta fue mayor de nuestro lado, e íbamos a tirar más piedras y a gritar más. No había demasiado debate de las acciones, era una inercia que hacía mover a todos de una manera uniforme.
Una ráfaga interminable de disparos al aire dio la primera señal de que la cosa venía en serio. Un silencio breve nos permitió acomodarnos para la corrida. Otra ráfaga y unos gritos, que no se distinguían, nos hicieron correr con desesperación hacia la oscuridad de los árboles. No sé cuando pero en un momento dado, tirado al piso y con el pasto húmedo en la boca sentí el silbido de las balas; y pude ver las chispas que producían las balas al tocar los poste

No recuerdo qué hablamos de regreso en el micro, si de la patria, si de los revolucionarios, si del gobierno y los militares o qué…yo no tenía muchos por decir.
Estuve mucho tiempo sin contar a nadie lo sucedido (más allá de los compañeros de militancia). Mis amigos del potrero consideraban locos a los militantes sociales y tampoco les interesaba el tema. Mi familia estaba totalmente alejada a estos temas. Una sola vez se lo conté a un compañero de secundaria y no me invitó más a su casa.
Cuanta agua había pasado bajo el puente desde aquel día en que las cosas eran blancas o negras. No había otras opciones; se era militante de las causas del pueblo o se eran individualista funcional a la burguesía.
Hoy parado en el mismo escenario no dejó de pensar que hubiese sido de mi si mis análisis no superaban la lucha de clases.
Aunque me sigo preguntando por donde pasa hoy el compromiso. Hay días en que no me basta pensar que aporto desde lo profesional de la manera más honesta posible. No me basta con ser crítico al sistema. Hay días en que no me basta con hacer lo que se pueda…
De pronto cuando mi nostalgia se interrumpe con el llanto de mi hijo que, en el auto, se cansó de esperar a su padre que mira hacia algún lugar perdido. Lo levanto en mis brazos, y con las mismas preguntas sobre el compromiso, su abrazo cálido de manos pequeñas comienza a darme parte de las respuestas.
R.H.
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